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El Copo. Muere Guadalupe Grande (Final de una saga de poetas)


Félix Grande fue un buen amigo y mejor poeta; de lo mejorcito que se ha movido entre versos por este selvático mundo de la poesía.

Imposible reseñar sus premios, digamos para resumir que es (fue) Premio Nacional de Poesía y Premio Nacional de Flamencología, de lo primero, casi único y de flamenco sabía más que nadie.

Con él, hombre bueno, he recorrido buena parte de Andalucía, y sus versos, con su melódica voz, se incrustaba entre los asistentes que, con Félix, no se aburrían.

Paca Aguirre, su amor, concibió el milagro de “Trescientos escalones”, una poesía estremecedora, fruto de sus trágicas vivencias; compartí con ella más de un recital poético.

Nadie como Félix para explicar el dulce tránsito del amor al querer, de la pasión al cariño, en ese caminar que es la existencia cuando esta se convierte en vida.

Los dos nos dejaron, me dejaron; pero en nuestros encuentros allí “donde el viento silba nácar”, La Antilla, me enseñaron que en la sencillez de sus vidas se encontraba el misterioso milagro de la amistad.

Ahora, ayer, se nos ha ido Guadalupe Grande, su única hija, heredera del buen hacer poético, la crítica literaria que no elude el pellizco de la verdad y ese hermoso cantar poético llamado “El libro de Lilit”, premio Rafael Alberti y otras joyas poéticas.

Toda una saga de poetas, en un maldito santiamén, ha abandonado este mundo abatido por la pandemia.

Los amantes de la literatura deben estar hoy, si es posible, un poco más abatidos por ese trípode que amantó su amor a la poesía en personajes como Luis Rosales, José Hierro, Miguel Delibes, etc.

 

 

 

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