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El segmento de plata. La opción


   El frío y el confinamiento te acercan más a las pantallas de televisión. Las fechas navideñas propician la revisión de películas antiguas llenas de mensajes positivos que se dejan ver con cierto agrado.

    Días atrás me llamó la atención un film del año 2000 protagonizado por Nicolas Cage (un actor que no me gusta demasiado), bajo el título de Family Man. A lo largo del desarrollo de la misma, su mensaje fue captando mi atención y, finalmente, me puso a cavilar. Se trata de un hombre que ha triunfado en la vida (aparentemente) como consecuencia de una dedicación plena al mundo de  las finanzas, pero dentro de una existencia solitaria, aunque llena de lujo.

    Un encuentro fortuito con una especie de ángel negro, le lleva a encontrarse inmerso en la vida que hubiera desarrollado en el caso de haber tomado una opción por el amor y la compañía de sus seres queridos. Se plantea una dicotomía entre una poderosa y lujosa soledad y una vida modesta junto a una esposa deliciosa y dos niños adorables. Consecuentemente se le vuelve a presentar la toma de una opción decisiva para su vida. Se interroga a sí mismo sobre cual es, o hubiera sido lo mejor para él. Por una parte, una vida plena, difícil y llena de problemas, o una vida solitaria, triunfadora, en un ático de la gran manzana, a bordo de un Ferrari, llena de lujos y de batallas diarias  por el “mardito parné”.

   Como es natural, la película acaba bien. Toma la opción por volver a  la familia típica americana: la mujer, los hijos, el chalecito, el perro, el coche familiar  y las letras de la hipoteca.

    ¿Por qué me hizo meditar esta trama? Por lo mismo que, cuando nos paramos a pensar en serio, se nos plantea a los pertenecientes al segmento de plata. ¿Qué habría sido de mi vida si hubiera tomado otra opción en un momento determinado? ¿Cómo se habría desarrollado mi existencia si hubiera cambiado mi jerarquía de valores?

     Muchas veces nos hacemos esas preguntas. Especialmente en los momentos difíciles. Tendemos a compararnos con otros que han tenido nuestras mismas posibilidades y las han resuelto de forma diferente, con una aparente ventaja sobre nosotros en lo referente al dinero, poder o prestigio que no dudan en exhibir.

    No tardé demasiado en responder a estas interrogantes. No me cambiaría por nada ni por nadie. Es cierto que mi vida no ha discurrido por un camino de rosas. Pero ha estado llena plenamente. No he destacado especialmente. Jamás he sido VIP ni personaje distinguido. Pero me siento muy orgulloso de pertenecer a esa clase media, a esa gente corriente, que vive y deja vivir, cría una familia con esfuerzo y,  de vez en cuando, se permite el lujo de romper el tarro de las esencias con su gente.

    Acabo este año maldito sintiéndome por una vez y sin que sirva de precedente, en paz conmigo mismo. Recordaré la frase de Pemán en el Divino Impaciente: “No hay virtud más eminente, que el hacer sencillamente, lo que tenemos que hacer”.

 

 

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