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La buenización del mal


La mayoría de los intelectuales planean o deciden con su rollos, relatos autococinados (mentalmente) o con sus líos de conveniencias alguna buenización de la sinrazón (o del mal). Sin duda racional.

Sí, porque en cada uno de ellos se fortalece una valoración irracional (antiética) o se fortalece día tras día un “porque sí” enturbiador o inadmisible en una coherente inteligencia.  Algunas veces debido a que sirven únicamente a sus intereses, otras veces porque sirven a los intereses de un poder determinado sin restricciones éticas o a toda costa, otras veces porque sirven a esos emocionales (desequilibrantes) intereses de una estética (o de una moda o de un entretenimiento imperante-incontestable) casi con ritualidad o con infame fanatismo, sí, por lo que se enferma cualquier posibilidad de que ellos precisamente tengan una mínima capacidad para no contaminar-pudrir el mundo con sinrazones.

Es como si idolatraran la primera fachada-apariencia o euforia de un poder (de uno cualquiera, sí, al que nada más que se arrastran) sin un responsable asumir unas posibles y muy concretas consecuencias, y sin una mínima autocrítica. Es como si una vil valoración errónea los volviera locos y, por ello, no terminaran de ayudar o de hacer famosa a cualquier estupidez o banalidad o mediocridad. Obvio es eso, ¡hasta el aire lo respira!, suciamente un influencer o un Nacho Vidal o un cacao mental de Belén Esteban son en realidad ya más famosos-engrandecidos que cualquier esencialidad o incluso que un sabio de verdad o incluso que lo que debe solo importar éticamente en la sociedad. 

Es indignante que lo mediodre sea más famoso (y se lleve más recompensas) que lo que lucha (a tantos y tantos esfuerzos) contra la mediocridad.

¡Claro!, ¡dignamente sin miedo lo digo!, no disciernen ellos lo que es luz (eso que está avalado por ética-razón-decencia) y lo que es mierda, ¡no lo distinguen!, ¡y no lo valoran!  ¿Cómo van a valorar lo que no distinguen?

En verdad, a pie de lo más lógico, es al maravilloso decir-esfuerzo del que solo demuestra limpidísima verdad a razón al que ellos deberían hacer famoso y no silenciar tanto. ¡Ah!; ¡pero ocurre satánicamente lo contrario!:  lo escupen con críticas infundadas, lo tapan, lo roban (en sus humanas posibilidades sociales de resistir)  e indudablemente ya lo excluyen, lo “fusilan” con todos esos ninguneos posibles. Así es. Así es sin cesar.

Y les da igual tiránicamente, ¡igual!, ¡porque casi todos cuentan aventajada y pillejamente con un poder o con un influir social!  No sé, pero todos los Barrabás tienen la socialmentira a sus pies, sí, y viven de ella y triunfan infinitamente con su aprobación cómplice y repugnante.

En el fondo, la buenización de la sinrazón es lo mismo que la buenización del mal, ¡lo mismo!, pues es la cínica banalización de lo justo racionalmente y la debilitación de lo correcto, <u>de lo correcto</u> (pero como la racionalización solo lo avala con sus pruebas nunca interesadas, nunca miserables o nunca parciales). ¡Eso es!

En ética, no hay algo más miserable o desalmado que el que tú (o cualquiera) vayas ayudando a que la razón no pueda ya ni respirar o se debilite, ¡oh sí!, o a que perversamente se vaya haciendo famosa una u otra sinrazón, porque prevalezca y se fortalezca en la educación o en las referencias de todos los niños del mundo. Y esto, tanto asco y terror causa, que no creo que algún modelo de bien lo consienta. ¡Ni uno!, en decencia consciente.

 

José Repiso Moyano

 

 

 

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