CNT llegó a ser el sindicato más importante de España durante el primer tercio del siglo XX, seguido de cerca por UGT. Su gran error fue permitir a sus militantes el poder votar en las elecciones 1936, hecho éste que le alejaba de su ideario anarquista, y peor aún fue el formar parte del gobierno del Frente Popular en contraposición al significado de la propia palabra “anarquía”.
El comunismo español, falto de una organización sindical, lanzó en los últimos años de la dictadura un submarino “amarillo” al Sindicato Vertical del franquismo, incrustándose en él y torpedeando su línea de flotación; tal submarino es lo que hoy conocemos por el sindicato “Comisiones Obreras”, liderado entonces por el mítico Marcelino Camacho.
UGT, tras cuarenta años de silencio, eligió en las últimas bocanadas del franquismo a Nicolás Redondo como Secretario General del citado sindicato.
Después, ya en democracia, nació USO, sindicatos de funcionarios como CSIF, etc., pero ninguno de ellos, a excepción del último mencionado, pudo echarle el pulso a UGT y CCOO tal vez por el carismático liderazgo de Marcelino y Nicolás, dos sindicalistas sin fisuras.
El sindicalismo actúa mediante huelgas que hacen “daño”, quiero decir que no existe ninguna huelga de profesores en verano o de RENFE en épocas lejanas a vacaciones o “puentes” de envergadura.
Me dicen que ahora existen cientos de sindicatos, entre ellos, aunque ando algo despistado, me ha llamado la atención el Sindicato de Inquilinos, con sede en Barcelona, cuya acción directa e inmediata es ponerse en huelga ante la primera o segunda de cambio del dueño de la vivienda, acción que consiste en “dejar de pagar el alquiler”.
Así cualquiera es sindicalista.
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