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El Copo. El “dios” Maradona


Preguntado Diego por un “plumilla” el lugar de su nacimiento, respondió: en el caserío de Villa Fiorito, un lugar privado añadió “el pelusa”; el investigador inquirió que quería decir con ello, el “astrodios” del balompié contestó: “pues eso, amigo, privado de agua, higiene, luz y de la caricia de Dios”.

         Lo dicho, de todo ello le salvaba una pequeña cancha donde la chiquillería practicaba el deporte de dar patadas a una pelota y/o balón, menos él, el dios, que acariciaba al balón con la mirada, el pecho, la cabeza, el pie, los hombros y la mano, la “de Dios”.

         Su inerte cuerpo, maltrecho por drogas de todo tipo, descansa hoy en “La Casa Rosada”, lo que viene a ser La Casa Blanca de los EEUU, visitado por cientos de miles de argentinos que depositan aroma de flores y orgullo en la tétrica caja que acoge su cuerpo.

         En Nápoles, ciudad donde tuvo querencias con la camorra y la cocaína, el personal llora por su ídolo, el que condujo a un modesto equipo de fútbol a hacerse con el scudetto -campeonato de liga- en los años 1987 y 1990, y que ha llevado a cambiar el nombre del estadio, San Paolo por el del pibe Diego Armando Maradona.

         Anduvo una temporada más en España porque un equipo Sevilla F.C, algo parecido al Nápoles, lo fichó en la temporada 1992-93.

         Antes de todo lo anterior fue requerido por el Barça que abonó la no despreciable cantidad de cerca de dos mil millones de pesetas, pero todo se fue por la borda cuando un central del Ath. de Bilbao, cuyo nombre no deseo recordar, lo tuvo apartado de la cancha durante cuatro interminables meses.

         Anterior a todo este periplo, Diego venció a Inglaterra con el gol más hermoso visto de una cancha restituyendo con el deporte, no con las armas, el orgullo que un pueblo había perdido en la guerra de Las Malvinas.

         Es por ello que, guste o no, Maradona es el héroe de Argentina; del resto -siendo muy malo- pelillos a la mar.

 

 

 

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