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¿Está cambiando el mundo?


Desde que comenzó el drama que padecemos con esta pandemia del coronavirus, se ha desatado en el mundo un sentimiento de cambios en nuestros hábitos de vida: mascarillas, distancia y limitaciones en nuestra relación personal, confinamiento, persistente lavado de manos…; ese aislamiento que desespera a causa de los miedos que produce el riesgo de contagio. En el mundo laboral también se han desencadenado cambios significativos con los nuevos procedimientos de trabajos en casa, las reuniones mediante videoconferencias…; las compras online se han multiplicado en todos los sectores económicos; los ERTES, los despidos, el cierre de multitud de pequeñas empresas y el abandono de los autónomos, han provocado una crisis económica sin precedentes, con tanta gravedad; los medios de transportes, con el cierre de aeropuertos, estaciones y puertos, han congelado el desplazamiento de millones de personas con el consiguiente efecto negativo en la economía de los países receptores del turismo; los Colegios, Institutos y la Universidad se han visto dolorosamente bloqueados por el cierre temporal de sus instalaciones y la aplicación de nuevos métodos educativos mediante el uso de las nuevas tecnologías; la cultura, en general, se ha visto también afectada, al verse limitada considerablemente en el número de personas que pueden asistir a los diferentes eventos culturales, reduciéndose drásticamente la actividad cultural en todos los sectores. Incluso si analizamos las relaciones internacionales, cada país, con las medidas adoptadas según sus propios criterios y decisiones, unos más acertados que otros, ha abierto la tremenda polémica de mejores o peores gestores ante la pandemia. Sólo basta ver con cuantas deficiencias se ha tratado este problema desde los Servicios de Salud en los Estados que arrastraban serios recortes presupuestarios para atender las necesidades sanitarias del país, sobre todo, en situaciones de crisis como la que estamos viviendo. Y más consecuencias que podemos añadir a este breve listado de cambios obligados. Lo cierto es que este mapa de situaciones generado por este virus, tan cuestionado en su procedencia e intenciones causales, ha desestructurado la forma de vida en todo el Planeta Tierra, desestabilizando a los propios países.  

¿Quiere decir esto que el mundo está cambiando solamente a partir de este serio y duro episodio que afecta profunda y dolorosamente la salud y la economía de la Humanidad? ¿Es que los criterios de unidad global, auténtica e igualitaria, en el mundo, es un tema de actualidad únicamente de estos momentos? ¿Es que la sociedad, en general, no está desarrollando, desde hace ya bastantes años, cambios importantes en todo lo que implica las relaciones humanas en el mundo, con nuevas costumbres, hábitos de vida, estilos estéticos, corrientes culturales, desarrollo económico, nuevas tecnologías, tendencias religiosas…? ¿Es que el proceso de cambio climático es un hecho exclusivamente producido hoy?

Es de sentido común pensar que todo proceso de cambio requiere mucho tiempo; no son modificaciones bruscas las que pueden definir que el mundo está cambiando. Las corrientes ideológicas, el pensamiento humano, las ideas religiosas, la propia economía, se van adaptando, a veces sin darnos cuenta, a nuevos modelos de comportamiento en el mundo de la política, de la sociedad, de los sistemas económicos, de la cultura, de las relaciones humanas, cada vez más globalizadas. El problema es que en esa idea de globalización, las diferencias en cada país son demasiado evidentes, según la situación histórica que arrastra y su ubicación geográfica con sus propios recursos y limitaciones impuestas. ¿Por qué existen los países del primer, segundo, tercer o cuarto mundo? Los procesos de cambio no son “dicho y hecho”. En absoluto. Son procesos que se van filtrando, a veces de manera muy difuminada, muy sutil, en la conciencia de la población humana. Son aceptados o asumidos, tantas veces, desde la pasividad permisiva de la población.

Otra historia puede ser, la perspectiva de la robótica en lo que algunos autores (Yuval Noah Harari o Antonio Diéguez, entre otros muchos) vienen a llamar la creación de una nueva especie humana, en la que el homo sapiens, tal como lo conocemos hoy, desaparecerá. Este nuevo concepto, no tan novedoso, no aparece solamente en el mundo de la ciencia ficción, como en la obra literaria del reconocido Isaac Asimov; en absoluto, es algo en lo que ya se viene trabajando desde hace muchos años en diferentes países. Pero en esta reflexión no voy a hablar de cíborg ni de robots. Solamente quiero mencionar el gran efecto que están provocando las nuevas tecnologías en la sociedad y que producen cambios muy significativos en el comportamiento humano. Basta echar una ojeada a cómo viven hoy las nuevas generaciones de niños, jóvenes y adultos en el uso de esas nuevas herramientas ya popularizadas que se venden de manera indiscriminada. Estas generaciones humanas no pueden vivir sin tener en sus manos esos instrumentos de comunicación y de redes sociales; se sentirían vacios e impotentes, y creo no exagerar. ¿Significaría eso que nos estamos deshumanizando en la línea de dependencia de las nuevas tecnologías? No quiero pensar, siquiera por un instante, qué ocurriría en el mundo si se produjera un apagón general e irreversible, aunque fuese solamente de un día, de las fuentes de energías que dan vida a toda la estructura informatizada a nivel de Gobiernos, de Empresas, de Universidades, de Centros comerciales, de las fábricas…, de esa nueva generación a la que se le apaga su mundo de dependencia tecnológica. Sería un auténtico caos. Posiblemente haya alternativas para estos sucesos en las altas instancias; pero basta ver los problemas que se ocasionan en las instituciones públicas o en las empresas cuando se “caen las líneas” y no hay respuestas.

Es verdad que el mundo está cambiando y, en algunos aspectos, a velocidades increíbles. Pero yo me pregunto si en la estructura humana, la que nos define todavía como seres pensantes y con capacidad para responder con soluciones eficaces y eficientes a los problemas de este mundo, debe permanecer algo que es universal y atemporal en la historia de la humanidad. Lo que sostiene la vida con sentido debe ser algo imperecedero en el tiempo, independientemente de los periodos de cambio que puedan producirse en la evolución de la especie humana, sea cual sea la definición de especie. Me estoy refiriendo a los principios que pueden definir la ética y los valores humanos. Algo que es sustancial a nuestra propia existencia como personas. Toda evolución, que se precie de serlo, deberá mejorar y afianzar, de manera transparente y sin fisura, esa ética y esos valores humanos que sostienen la estructura de una humanidad creíble. Y aquí no se permite manipulación de los conceptos, porque todo devenir humano debe buscar el bien común de los mortales, eliminándose esas terribles diferencias que no justifican, en absoluto, la manipulación aludida en aras de intereses individuales, egoístas e insolidarios. Los cambios pueden ser inevitables, sí, pero la vida siempre deberá ser respetada y valorada desde ese prisma ético y solidario en los valores humanos, sea la especie que sea, sea el momento histórico que sea.

                                               José Olivero Palomeque

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