Corría el año 1980 cuando UCD intentó legislar sobre Educación, puso mano a la obra y pensó que Herrero de Miñón, Oscar Alzaga y un servidor de ustedes fuésemos los ponentes de la primera Ley de Educación a debatir en el Congreso de los Diputados.
Se trataba de la LOECE, ley por la que se regulaba el Estatuto de Centros Escolares y que fue aprobada en el año 1980 por 177 votos afirmativos tras un intenso y bronco debate.
Recuerdo que Joaquín Garrigues Walker fue trasladado desde un hospital -donde luchaba contra la leucemia- al pleno del Congreso para que emitiese su voto; durante el verano de ese año falleció.
El PSOE de Felipe González la recurrió ante el Tribunal Constitucional que, por cierto, dictaminó en buena parte a favor del recurso por no atenerse al espíritu del artículo 27 de la Constitución Española.
El golpe de Estado del 23-F y la posterior dimisión de Adolfo Suárez impidieron reformar la citada Ley por lo que nunca entró en vigor.
Un servidor fue “premiado” con el nombramiento del Consejo de Ministros como Vicepresidente del Consejo Nacional de Educación, puesto del que dimití cuando me acerqué al Andalucismo.
Corría el año de 1960 cuando ejercí de Maestro Nacional en una escuela unitaria en la deprimida barriada del Cerro Blanco (Dos Hermanas); allí me forjé como maestro nacional ante unos 60 alumnos cuyas edades oscilaban entre los 6 y 12 años de edad. Mi “paga” mensual no llegaba a las 800 pesetas, unos 5 o 6 euros de la actualidad, eran tiempos en que se pasaba más hambre que un maestro-escuela.
Dos tiempos, dos secuencias que no olvidaré jamás; las dos me ayudaron a forjar mi vida. Bastante más la del año 1960.
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