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La distancia emocional “cuando no quiero sufrir por amor”


            Guardar las distancias con los demás puede llevar incluso a construir un ermitaño en nuestro imaginario, donde aislado, en una isla, se van diluyendo los lazos que a uno le implican en lo humano, en la sorpresa, en el amor, en el deseo, en el goce, en mezclarnos con el otro. Las relaciones transforman, hacen extraerse de sí mismo y también muestran cómo se proyecta todo el mundo interior en el otro. Uno de los primeros pensamientos que se construye en la humanidad es el pensamiento mágico, después el mágico-animista, donde se hace una lectura de los aspectos de la naturaleza en base a sí mismo, a la omnipotencia de las ideas, proyecciones de nosotros mismos en el exterior. Así se creía que bailando una danza se iba a provocar la lluvia. Las supersticiones por ejemplo son construidas en base a los impulsos hostiles y crueles reprimidos. Es decir, creer en el mal de ojo nos está indicando nuestra propia envidia que proyectamos en el otro. Sucesos en los que estamos implicados en los que parece que “todo me sale mal” habla de un alivio a una culpa inconsciente, que puede provenir de deseos hostiles propios que se han rechazado, reprimido hacia lo inconsciente pero que se manifiestan sus efectos de esa manera.

            La distancia emocional, afectiva, que se marca con los otros, detrás de esa coraza, esa evitación “por no sufrir”, es como si se estuviera esperando un ataque, que tiene que ver con tendencias propias reprimidas transformadas en ese temor. Se viven las relaciones como si fuese un asalto a su fortaleza. Pero cabría preguntar ¿De qué manera uso al otro para satisfacer mis tendencias inconscientes? ¿Tal vez uso al otro para atacarme a mí mismo?

            Así no se permite que haya relación, no se deja al otro existir, intercambiar, siempre esperando un ataque. Es como si hubiera una tendencia a sufrir, a ser perseguido, como si se estuviera instalado en una paranoia donde el otro viene a invadirme. La paranoia habla de esa crítica a sí mismo proyectada en los otros y también está relacionado con la homosexualidad reprimida, esto es, deseos no tolerados hacia personas de su mismo sexo, de manera que me hago perseguir, menospreciar.

 Las personas también generan satisfacción, dan amor, acompañamiento, se hacen grandes cosas con otros…. Un exceso de cuidado pareciera como una espera a que el otro me lastime ¿o tal vez ese cuidado es una proyección de que yo puedo lastimar al otro? Como si hubiera una cosa de vida o muerte, cuando en realidad está en juego el goce. No se permite que se establezca ninguna relación, con tantas prevenciones ¿dónde se juega el amor?

            ¿Me prevengo del otro, desconfío del otro porque es una cosa del otro o porque realmente está en mí, en la agresividad que se me despierta? Parece un miedo a la humanidad, un rechazo a lo humano.

Hay personas que no quieren saber nada de sí mismas, conocer esa dimensión que habla de aspectos que no son tolerados. No pueden aproximarse a nadie, huyen revestidos de frases como el miedo a sufrir, o la exigencia, cuando en realidad es esa relación consigo mismos donde aparece un torrente de confrontaciones interiores entre el ideal y lo deseos y la agresividad frente a los demás y la imposibilidad de salir de ese circuito imaginario. El más alto grado de la vida humana es el amor, dar lo que no se tiene a quien no es, esa proyección social más allá de mí mismo.

            Además el ser humano goza de cualquier cosa, habrá que ver qué implicación hay en cada uno en eso que le pasa. El ser humano tiene esa complejidad. Hay ambivalencia afectiva, al igual que es capaz de generar armas masivas también es capaz de desarrollar las mejores acciones. Puede atacar pero también amar.

            Hay que empezar a conversar, no tomar cada frase como un ataque, como una cosa paranoica. Si generalizamos estamos hablando de nosotros, de lo que nos pasa a nosotros, y nos instalarnos en esa omnipotencia de las ideas, creando una ley universal que lo que yo pienso o creo es, y no es así. El que haya tenido una mala experiencia no hace que los demás sean igual, es que en mí hay una cosa de repetición, donde inconscientemente sigo con el mismo guión melodramático, colocando al otro en su papel. Si se hace un trabajo personal a través de una terapia psicoanalítica puedo transformar esas posiciones inconscientes frente al guion preestablecido. Algo se satisface ahí, no nos engañemos, es una cuestión de repetición, como si un destino cruel empujara al mismo final. Mejor elaborarlo en el diván de un psicoanalista.

            Si no hay entrega a las relaciones, no hay una construcción de vidas alrededor, habla de mi imposibilidad para amar. Temer a los demás es eliminar al otro. Creer que todo el mundo está en contra es como vivir en una pompa mirándome en el espejo. Las relaciones van a producir transformaciones, voy a necesitar a los otros, pero hay que salir a la vida. Y la vida es cambio, sobresalto, sorpresa, alegría, a veces dolor….una gama de afectos que se entrelazan. Con tantas prevenciones no da lugar a la sorpresa, es como quedarse en la mínima tensión posible, en el nirvana de una vida de cartón-piedra.

            Establecer distancias conlleva a no poder convivir con otras personas, no generar vínculos. Son las palabras las que unen. Hay personas que están en el mismo espacio pero no están, cada una elucubra en su fantasía. Están en mundos diferentes, mejor dicho, en su mundo interior.

            Una manera de no estar con el otro es esa cuestión de llevar la razón,  las personas conversan, no es una lucha animal por imponerDarse a conocer, desplegar el pensamiento, sin querer pisar al otro con mis razones, como una lucha de quién es mejor. Interrumpir constantemente es una cosa también como agresiva, como de callarle al boca al otro. Permitir que el lenguaje te vaya llevando, permitir otras conversaciones. ¿Cómo me relaciono con el otro, como un basurero al que soltarle todos mis problemas y cosas que me preocupan? ¿Permito que me responda, que podamos conversar de eso que le digo?

            A veces hay un refugio en la exaltación del cariño animal. “El mejor amigo del hombre”, “siempre está ahí”, “dan mucho cariño”… estamos de acuerdo que hay que tratar bien a los animales, es una cosa civilizada y se establecen vínculos con las mascotas, pero hay personas que no pueden con otros seres humanos porque les produce tener que cuestionarse ciertas formas de pensar, tener que llegar a acuerdos, renovarse, tener que apañárselas con todos los afectos que se despliegan frente al otro: la agresividad ante las diferencias, la sexualidad, la envidia, lo celos, deseos… y claro, con los animales es más sencillo, ni me rechistan y hacen lo que yo les digo, sólo tengo que amaestrarlos. Pero con las personas eso no se puede, toca dejar mi individualidad atrás.

            Pero al fin y al cabo hemos de empezar a amar para no enfermar y como diría Miguel Oscar Menassa: “en las relaciones intersubjetivas, lo único que se arriesga es un poco de seguridad y un poco de dinero; el resto, ganancia, todo humano.” No olvidemos que a ser humano se accede, no se nace, es todo un recorrido por conquistar.

 

 

 

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