Tras la vuelta a dos manzanas de viviendas desoladas, cayado en ristre y un agudo dolor en mi espalda, aterricé como pude en el oasis “Gran Vía”, sito en calle Don Cristián, para tomar un descafeinado con leche y un güisqui que hicieran más llevadero mi particular calvario físico, porque el otro, el que nada más sabe de ensoñaciones sigue en perfecto estado anímico.
Fue llegando la media docena larga de amigos que sostiene mi contacto con la sociedad y que consigue mi no conversión en un anacoreta urbano, especie esta que domina la sociedad de la nueva normalidad.
A Rafa, uno de ellos, le dio en la tardenoche que avanzaba por decirme, una y otra vez, que volviera a escribir “el copo nuestro de cada día” que alimentaba su diario vivir en la distancia que nos mandan las autoridades circundantes.
Y aquí estoy, teclado en ristre y paracetamol en la linde izquierda, dispuesto a ser juzgado por el Comité de la Verdad que, por orden del Alto Mando, preside don Iván Redondo, el hombre que se vende al mejor postor con tal de medrar en la tela de araña del poder instituido.
Este “señor” que vende sus artimañas a derecha e izquierda, PP y PSOE, es el encargado en discernir lo verdadero de la falso. Ojo pues al dato que no es moco de pavo.
Discurrió la velada entre brindis a la santa ironía al tiempo que los transeúntes, perfectamente embozados, paseaban su delicada obediencia a los fácticos poderes empeñados en que cenamos a las siete de la tarde.
Tras el último chupito, mi amigo Moyano abrió su inmensa humanidad de par en par, acogió mi mano en su brazo y depositó mi existencia en el portal que da paso al cielo de los míos.
Mañana será otro día.
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