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El Copo. “Plena normalidad”


Aunque duermo fácilmente gracias a unos comprimidos que me invitan a ello, no es menos cierto que desde hace un par de días una serie de pesadillas sacuden el sueño. Algún día, de aquí a nada, intentaré explicar lo inexplicable porque la “cosa” tiene guasa.

         Mientras ello ocurre, la vida, o lo que sea, va transcurriendo plácidamente: la chiquillería espera con ansiedad el deseado principio de curso para jugar al intercambio de cromos, mascarillas, o hacerles un par de agujeros y jugar al nuevo guerrero del antifaz.

         Los brotes siguen a lo suyo, o sea a brotar en todo tiempo y lugar sin posibilidad de detenerlos.

         Las barras de los bares vuelven a perder su razón de ser: acodarse en ellas, charlar sobre fútbol y política, se ha limitado el grupo de amigos a no más de diez para charlar sobre el problema que asola a España, Messi.

         Todos, pero todo Dios, va corriendo a hacerse test de exploración para saber si el bichillo ha penetrado a través de las pituitarias.

         Al personal que manda le ha dado por confinar, y por ello se confina un bar, una calle, un barrio, un pueblo o una ciudad en menos que canta un gallo para evitar que el personal se quiera cantidad.

         Es por ello que se lucha para que las vacunas contra el coronavirus entren en funcionamiento de aquí a un trimestre más o menos, pero parte del personal piensa que se va demasiado deprisa en ese intento que unos aplauden y otros temen.

         En fin, todo normal. Pelillos a la mar.

 

 

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