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El Copo. Echando de menos a Ruda


La ternura emerge a medida que vamos conjugando el sagrado tiempo de la ancianidad.

Antes de regresar a Málaga, cuestión que pudiera retrasarse algunos días más de lo previsto, tendré que introducir mis pies en el océano que acaricia esta parcela de playa, pues se crea o no aún no he bajado a ver el amable o brusco encuentro de la mar con la blanca arena de la playa; cuestión de movilidad de mis piernas, pero lo conseguiré en un par de días. Ya os contaré.

Entre la última vez que me acarició una ola y este hoy impensable han transcurrido un quinquenio, cinco años de alegrías y tristezas; entre las últimas destaca el adiós eterno de un joven amigo llamado Ortiz Ruda y/o Antonio Cañas, al que después de mi nuevo retorno a tierras “donde el viento silba nácar” no he tenido el placer de encontrarme con él -aunque lo crean o no- su larga sombra me puede dar una sorpresa cualquier día.

A pesar de la distancia de años que nos separa/nos separaba -no hablemos de fútbol- siempre mantuvimos una relación fluida, fácil, no rebuscada, simpática y en la que intercambiábamos conversaciones profundas con otras de carácter lúdico tirando a cuestiones de bogavantes y cosas así.

Mientras mantenemos viva la memoria de un amigo, mantenemos encendida la llama de la amistad, esa que permanece en el inesperado eco del ahorcamiento de aquel puñetero seis doble, en el chiste que obtiene de nosotros una sonrisa y no la soez carcajada, en esa mirada única que sustenta el hálito de lo que se acerca irremediablemente.

Estés donde estés, quiero que sepas que, a nuestra manera, estás con nosotros y que serás tú el encargado de introducir mis pies en la mar.

 

 

 

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