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El Copo. El siempre vivo apartamento


Son más de cuarenta años lo que este “viejo” apartamento lleva de eterna vida al servicio de la misma.

Son numerosas las personas que han pasado por él desde aquel santo día en que me embarqué en su compra, imposible de mencionar a todas.

Hacía cinco años que no regresaba a este lugar “donde el viento silba nácar” en noches de poniente, pero se empeñó nuestra hija en pasar este verano de pandemia por estos lares, y aquí andamos gracias a ella.

Lo estamos pasando de rechupete porque, aunque anciano, sus paredes parecen estirarse y tienen cabida festejos familiares donde abuelos, nietos y los de en medio, los hijos, nos apretujamos un poco más allá de los límites marcados por aquellos que nos obligan a ir enmascarados.

Los últimos días ha sido la repera; primero fue el campeonato del Sevilla con el consabido descorche de líquido “inflamable”, seguimos con el santo de mi nieta Elena y rematamos la trilogía ayer con la onomástica de Rosamary y la “pastora”, todo ello con la presencia de mi hermana Nati, sus tres hijas, perdonen que haga mención especial a la bética Antonia Mª, un montón de nietas y más gente: Alberto, por ejemplo, y María Manuela. Qué paella Dios.

Sé que esto importa a poca gente, pero un servidor considera a sus lectores auténticos amigos y amigas que me siguen o no y le dan al “me gusta” o no.

Ya mañana nos introduciremos en cosas más importantes, porque hay tela para cortar. Ya les contaré.

 

 

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