Uno se merece en el día de hoy mirar para otro lado que no sea la irremediable pandemia, el desastre económico y hacer caso omiso a todas y cada una de las posibles calamidades que nos rodean.
Así que hoy, por aquello de ser sevillista “hasta la muerte”, dedico mi casi diario goteo político a la ventana del fútbol, sí, queridos amigos, a ese juego tildado por algunos de opio del pueblo para ver la final de la Europa League entre el Inter y el Sevilla.
Descabalgados de Europa los grandes de España: Real Madrid, Barça y Atlético de Madrid, nos queda solamente el Sevilla “orgullo de Nervión”, para salvar el honor futbolístico de nuestra nación.
Exceptuando el “ejército” bético, salvo honrosas excepciones que adornan nuestro apartamento ese verano, toda España, deseo creer, estará junto al Sevilla “de mi alma” para que alce al cielo su sexta copa europea, aunque algunos la tilden de “paragüero”.
Ser sevillista en mi querida Málaga -segunda patria porque no puedo ni quiero abjurar de la primera, Melilla- es un riesgo que asumo con la alegría de saberme rodeado de buenos amigos que me comprenden casi perfectamente.
Así pues, tenemos preparado el viejo apartamento para la fiesta que se avecina esta noche pase lo que pase; todo va a ser un jolgorio de cantos del Arrebato junto al deguste de alguna que otra gamba y su primo hermano el langostino, correrá el cava y dejaremos el dulce ron pampero para el final.
Y lo más importante, todo ello se hará sin mascarillas que ahoguen las correrías de Jesusito Navas por su banda.
“Dicen que nunca se rinde”, querido amigo Manuel.
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