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El Copo. Tollos


Como se dice vulgarmente, hoy estoy cabreado. Se debe tal estado de ánimo a la prohibición de fumar decretada en tierras de Rosalía de Castro por el presidente Feijóo.

         Sé por experiencia que el tabaco no es bueno para la salud y, tal vez, para los “fumadores” llamados pasivos, también reconozco que es un vicio como la copa de un pino del que es difícil evadirse; desde luego que un servidor lo ha intentado en numerosas ocasiones y siempre perdí la partida.

         Y todo viene dado por la fantasmagórica presencia del coronavirus entre nosotros y que nos arrastra a una “nueva normalidad” sin besos, abrazos, carantoñas y arrullos; si a ello le añadimos la supresión del maligno y querido “pitillo”, habrá que preguntarse ¿qué nos queda?

         Tengo respuesta a tan triste pregunta: nos quedan los “tollos”. Ayer por la mañana, Antonio “Coro” me regaló un buen puñado de tiras de tollos secos con sus buenos cartílagos.

         Ya en la noche los preparé como aperitivo de la cena. Encendí la plancha en la cocina y deposité cinco tollos en ella, a los dos minutos un aroma inenarrable embargó la estancia y todo se hizo mar; secados en alta mar a barlovento y sotavento, los tollos desprendían todo el misterio de mar adentro.

         Hay que esperar unos segundos para que comiencen los tollos una suave danza de recogimiento, llegado ese momento se toman, como si de dios se tratase, y se acaban todos los problemas habidos y por haber.

         Su fragancia y sabor nos puede. Tras la fiesta es el momento del pitillo, del pecado. Y ya todo es fiesta. Disfruten de ello.

 

 

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