Hoy tenemos por el viejo apartamento a mi hermana Nati y sus tres hijas, Nati, Antonia María y María José, y se han propuesto entre ellas, la “pastora” y la “niña”, adobar el día con un rico gazpachuelo malagueño.
Una pena que no se encuentre entre nosotros Rosi González, propietaria y chef del restaurante “La Viga” de Málaga, que semanalmente, allá por tierras de la “caló”, nos prepara como nadie un gazpachuelo de rechupete.
Todas se han ido a la playa y aquí, “entre todas las mujeres”, me encuentro ahora mismo solito intentando hilvanar este “copo” dedicado nuestro exquisito gazpachuelo.
Los ingredientes ya están comprados y preparados la mayoría de ellos, a saber: mayonesa de ajo, pescada, patatas, clara de hueva montada, una pizca de ajo, almejas y gambones.
Ahora falta solamente la mano milagrosa que convierta el anterior popurrí en un alimento de exquisito sabor, perfecta suavidad y cremosidad.
En un par de horas esto será un alborozo que ningún gafe de telediario vírico nos va a estropear.
Será una fiesta sincera y marinera. No sé si llevará ese punto crucial que le otorga la milagrosa mano de la mencionada Rosi, pero lo vamos a pasar como nos merecemos la buena gente: la sencilla, pero no ignorante, la familiar que da ese toque de amor concedido “porquesí”.
Estamos empeñados en pasar un buen rato y nos vamos a olvidar de bozales inoportunos.
Todo sea por el bendito gazpachuelo, un milagro transmitido por la gente de la mar, bendita ella.
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