La mujer que posee el mayor vestuario que mis ojos han podido contemplar, la ministra de Educación Celaá, aquella que afirmó que “los hijos no son de su padre y madre”, en clara alusión a uno de los capítulos del libro “El profeta” de Kalhil Gibran, pero cambiando por completo la interpretación del autor que afirmaba que eran de “la vida” y no del Estado como insinuaba la “pedagoga”; pues bien, la buena señora tiene una “patata caliente” con el tema que da nombre a su ministerio.
Y no me refiero a la futura Ley de Educación que es incumbencia del Congreso y gobierno, sino al inicio del próximo curso escolar y muy especialmente a los más pequeños, esos lindos monstruitos que no paran de moverse y hacer pelotillas con sus mocos.
Y aunque el tema educativo está transferido a las Comunidades Autónomas, ella, muy responsable, está dando las directrices para que grupos de quince a veinte chavalines se agrupen, guardando las distancias que la “nueva realidad” impone, sin besitos, caricias, abracillos y disputas de por medio.
Loable su interés, pero cómo va a frenar ese ímpetu de la inquieta chavalería y de dónde va a obtener la calderilla suficiente para multiplicar por dos o tres el gasto de incorporar el doble o triple de profesores a su loable y mal pagada función educativa.
Aquí lo dejo por hoy. Ya saben: la maldita espalda.
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