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El segmento de plata. La identidad


      Cuando tuve que guardar cama hace un año porque sufrí una caída, ni hijo médico me insistió en la necesidad de levantarme en cuanto pudiera. Afirmaba que cada día que pasemos en cama nos costará una posterior semana de rehabilitación.

    Con el tema del confinamiento nos ha sucedido algo semejante a los mayores. De hecho, decidí descender de división y militar en el “segmento de bronce”. Ahora estoy en plena rehabilitación mental y física. Es muy difícil adaptarse a la “nueva normalidad” sin desprenderse del trauma con el que nos ha marcado la reclusión.

    Supongo que a los demás mayores les pasa como a mí. Nos consideramos una especie de apestados temerosos del encuentro con los demás. Nos sentimos ignorados por aquellos que no se sienten amenazados por la pandemia y viven sin tener en cuenta que nos pueden llevar a una vuelta a las andadas con su ignorancia y falta de solidaridad.

   Los mayores necesitamos un tratamiento psicológico para la vuelta a la realidad de cada día. Para asumir la lejanía real de nuestros seres queridos, al abrazo a nuestros nietos y a la conversación cercana y reposada. El sábado voy a visitar a un amigo y me voy a llevar un papel y un lápiz para conseguir cierta intimidad en nuestra conversación a una distancia de dos metros.

   Reconozco que a veces me paso. Quizás tendré que recurrir al auxilio de la página diseñada para este caso por el Teléfono de la Esperanza: compartevida.es. Necesito, y creo que muchos de mis lectores también lo necesitan, un apoyo ante la etapa que se nos avecina. Todavía nos están vedadas muchas de las actividades que ocupaban todo nuestro tiempo antes de primeros de marzo. Tendremos que buscar alternativas que nos permitan integrarnos en la sociedad. Aunque sea con guantes y mascarilla. Tenemos que ganarnos a pulso nuestro viejo “segmento de plata”.

 

 

 

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