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Tiempos de desconcierto


Muchos hombres y mujeres somos conscientes de que vivimos una época rara. Un tiempo en el que a ciertos mandatarios todopoderosos les importa más llevar a cabo políticas propias del Medievo, porque el intelecto no les da para más, que incrementar los presupuestos para Sanidad, Educación, Cultura... Ya es hora de que estos dirigentes entierren esas políticas arcaicas, desnaturalizadas, y se preocupen por activar aquellas otras que son de suma importancia para el progreso de la humanidad. Para ello, lo que nunca deben olvidar estos regidores es que hay que priorizar problemas para solventarlos cuanto antes, es decir, anteponer aquellos que persiguen optimizar la salud humana, la calidad y perspectivas de vida, el cultivo del entendimiento no en parcelas, sino en toda su extensión...         

Vivimos un periodo de la vida humana, en el cual a los dirigentes de los países más ricos, prepotentes y desarrollados del orbe les interesa mucho más la invención de nuevas armas para matar, su hegemonía sin límites, aplastante, sobre las naciones que marchan a velocidades inferiores..., que solidarizarse con los pueblos que carecen de lo más vital para poder vivir. Gentes que solo esperan la muerte, mientras son apaleados vigorosamente y crucificados por la indigencia más mísera, la opresión política, la incultura, los fundamentalismos de todo tipo, la indiferencia universal...

Sí. Vivimos una época que, si no somos capaces de impedirlo, atrofia y degenera la mente humana. Hoy en día la vulnerabilidad de hombres y mujeres es total. Los poderes legales y fácticos intentan manipular, consiguiéndolo en una parte bastante significativa del pueblo, la libertad y la facultad de discurrir el entendimiento.  Descaradamente, se despoja al ser humano de muchas de sus cualidades más fundamentales como persona, dejándolo a voluntad de los poderes totalitarios y seudodemocráticos a los que no les interesan que existan hombres y mujeres que piensen y razonen libre, sana y críticamente, ya que pueden ser un peligro, si no se les controla, en medio de un pueblo manejado y moldeado, a capricho, por el capitalismo y los idearios que viven incrustados en este régimen económico. Sociedades estas que ningunean e intentan que naufraguen aquellos hombres y mujeres que no tragan ni comparten sus ideas y sus despropósitos, su prepotencia y su palabrería...            

Sí. Vivimos una época rara. Sí. Una época en la cual la cultura del diálogo comprensible y solidario, constructivo y transparente, está en baja. La comunicación, entre los seres humanos, forjadora de las buenas relaciones políticas, sociales, económicas, culturales... se halla en vía muerta o en la dimensión del anonimato tan característica de nuestra sociedad. La sociabilidad con nuestros coetáneos la hemos echado de nuestro corazón, de nuestra casa. Por ello, hoy en día, “padres e hijos no están hechos para jugar juntos, dice Vittorino Andreoli. El verdadero nudo de la relación entre ellos no es el juego, sino la comunicación. En la familia se ha reducido progresivamente el tiempo dedicado a escucharse unos a otros; los hogares están llenos, o bien de ruidos, o bien de un silencio que obtiene el mismo resultado: la muerte del diálogo”. Si esto sucede en el seno de la misma familia, en la vecindad propia y en el resto de la ciudadanía, ¡qué no acontecerá con el diálogo entre los divergentes poderes establecidos! 

 

 

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