La insultaron porque había dado una opinión contraria a lo que, en aquel círculo, se consideraba correcto. Ni la frase evangélica de dudoso origen es aceptable: "Quien no está conmigo está contra mí". Dudaba que eso pudiera haberlo dicho Jesús de Nazaret, que sería una persona ecuánime y sensata. Uno puede no estar con otro, pero no tiene que estar contra él, simplemente puede discrepar. Pero a ella la estaban insultando simplemente por opinar de modo contrario a quienes estaban en el lugar. Se marchó azorada y, al llegar a su casa, escribió:
Versos para una pregunta sin respuesta
¿Cuándo dejar podremos los insultos
a quien no piensa como yo lo pienso?
¿Cuándo dejar los odios burdos, zafios,
a quienes no comparten la supuesta,
convencional verdad que marca el curso
libre, sensato de la mente libre?
¿Cuándo será que democracia sea
un sentimiento puro, no la pose
que compartir queremos sólo, a secas,
con quienes piensan tal pensamos nos?
Me maravilla el fácil descalabro
que se quisiera para quienes no
comulgarán con las ideas mías.
Me maravilla el fácil anular
a quienes no votaron nuestro voto.
El corazón demócrata nos falta.
El egocentro dictador nos sobra.
Con frecuencia el escritor y, después, el lector encuentran en la literatura el consuelo que le niega la vida. Pero, en esta ocasión, tras dar por terminados aquellos versos, un puño férreo, descomunal, implacable salió de la pantalla del monitor y la golpeó en la cara. Desmayada la encontraron al mediodía y, al ser reanimada, comenzó a repetir como disco rayado. "¿Cuándo dejar podremos los insultos / a quien no piensa como yo lo pienso?".
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