Su habilidad para los endecasílabos sáficos (acentos métricos en las sílabas cuarta, octava y décima) no tenía parangón en estos tiempos de tanta poesía de verso libre tendente al prosaísmo sin ton ni medida. Pero, al decir de críticos y detractores, algo manchaba sus composiciones: el sarcasmo, la ironía, la maldiciente dicción. Era hermosa en extremo y, al hablar con ella, no mostraba ni amarguras personales, ni poses feministas injustificadas, ni, en principio, resentimientos hacia sus semejantes, mujeres o varones. Un día se dejó seducir por el también poeta Emilio Rueda, poseedor de significativos premios literarios.
Tres días después de aquella velada, anunciando su próximo libro (Vates actuales en mi cama libre), publicó en su blog, y también en Facebook, los siguientes endecasílabos con el título “Aquenio poeta”:
Versos los tuyos de sublime canto.
Pero no canta de ese modo nunca
lo que permite que varón te llames:
gurrina escasa con tan poco aliento
que tus amantes para alzar contento
tal vez recurran como yo al consuelo
de un vibrador que no pesara tanto
como pesabas con tus versos tú,
que bien pesado recitabas versos
creyendo en liras que me daban luz.
Fue un polvorón sin aliciente alguno,
una fallida noche con un genio
de azules ínfulas inflado y torpe.
Yo te maldigo, te renombro Aquenio.
Emilio Rueda no quiso denunciarla, pese a los consejos reiterados de sus amigos y seguidores. Ni siquiera cuando averiguó que la bellota es un aquenio y no lamentable ripio consonante con genio: “Todo lo que yo diga será usado para la promoción de su indecente libro”.
Normas de uso