Durante años ejercí de “husmeador” del mundillo literario, un alter ego que, junto a Juan el de Cartajima, conformamos una trilogía en la unidad capaz de descubrir y hacer pública las martingalas y villanías del mundillo literario, hecho este que me acarreó serios disgustos en la “cosa nostra” literaria y que, desde hace un montón de años, dejé aparcada por mor de puñaladas digamos que amigas.
Estaría por asegurar que husmear es algo inherente a mi persona. Olfateo cuando alguien o algo vale la pena y ello, siendo bueno, puede resultar carísimo porque vas desechando “oportunidades” que aparecen pero que mis pituitarias nasales me confirman que huelen a podridas.
Si supieran el tiempo que llevo por “vomitar” dos escándalos literarios de suma osadía y no los narro porque “para qué”, me digo, y los dejo pasar. Y son poetas que practican el humanismo solidario, es que me parto de risa.
Tan buen olfato tengo que con toda seguridad sé que no soy asintomático ante el Colvid-19, lo afirmo porque cuando mi gato Coco sale de estampida hacia su particular wáter percibo el aroma de su caquita a más de ocho metros de distancia; ya saben que la pérdida de gusto y olfato son síntomas de estar usted, querido lector, apuntando a la invasión del maldito coronavirus de marras; pasados unos días les escribiré algo sobre el gusto.
Mucho me huelo que hay “gato -bolso- encerrado” en la votación que mañana tendrá lugar en el Congreso de los Diputados para votar de nuevo el estado de alarma, ya saben, ese chollo político-sanitario que Pedro y Pablo se traen entre manos para conducirnos a “la nueva realidad” por la puerta de atrás.
Ante la citada situación caben dos posturas: Sí o No, el resto son mandangas.
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