Llegó el llamado día de la Madre y no quise escribir sobre el festejo porque hace años, demasiados, que carecía de ella, aunque siempre queda el recuerdo sostenido, el roce de sus besos y la mirada de sus grises ojos.
De repente hoy he caído en la cuenta que tengo, tenemos, la más hermosa de las madres que nos cuida, nos pega regañinas, sale a por los alimentos necesarios para vivir, alivia el confinamiento de dos ancianos y que, tal vez, sin ella uno de los dos, la “pastora” o un servidor, hubiésemos ingresados en el triste y maldito número de fallecidos por el Colvid-19.
Y es ella, la niña de siempre, la hija convertida en madre de sus padres, la que sostiene estos dos pilares básicos del núcleo familiar.
Sus hijas, Carmen y Elena, por motivos del “estado de alarma” al que estamos sometidos se encuentran confinadas en las provincias de Cádiz, pero en municipios diferentes. Y a ella, la decisión del Alto Mando le “pilló” en esta ciudad de mar y monte porque había venido para estar unos días con nosotros.
La familia normal es la que está por encima de la tribu, de machismos y feminismos, de religiones y políticas. Ella, esa amalgama duradera, es el fluir de la misma sangre en cada una de las diferentes ocasiones en que, sin estridencias ni grandes manifestaciones, se hace lo normal y correcto: saber estar en el mundo porquesí.
El “porquesí” es la mayor manifestación de felicidad que existe en esta sociedad mutilada de amor.
Qué alegría a mis años descubrir a mi nueva madre.
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