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El Copo. Algo sobre el amor no viene mal


Mejor no pensarlo, pero a poco que uno coloque su mano sobre la frente y agache la cabeza piensa que son pocos los días, meses o años que quedan por pasar en este valle de lágrimas; y esto no significa ser pesimista, sino sencillamente realista.

            Tal vez por ello va uno viviendo una especie de “dolce vita” confinada en la  que pensar es prohibitivo; y por eso casi todos los días escribe que te escribe o bebe que te bebe o llora que te llora o ríe que te ríe para no caer en la cuenta que ella, la canina, está acechando que la ley se cumpla de una puñetera vez; claro es que entre el principio y el final se encuentra la existencia, existencia que podemos convertir en vida si amamos, pero el covid19 no nos deja tiempo para pensar en ello.

            Hemos nacido para amar, pero como tampoco vamos a ir de “un viva la vida”, observamos que la posibilidad que tenemos de gozar del amor se nos escapa o esfuma bajo las infernales palabras con las que es definido el bicho. Si uno no está tocado de la “chirimoya” o no tiene tiempo para pensar en “tonterías” de esta índole puede ir pasando la existencia sin problema alguno, para eso tenemos esposa o no, hijos o no, nietos, amigos, póker, gambas, política, televisión, güisqui, pandemia y un rico etcétera que nos sirve de profundo opio y que nos lleva a una neblina que impide ver la luz radiante del amor, la neblina mencionada es el “coronavirus”.

            Algunos, no es mi caso, se van a ir a lo ignoto sin conocer ese fulgor que nos transforma y que consigue ver todo lo que nos rodea de maravillosos colores; pero es peor, mucho peor, haberlo descubierto y dejarlo, como si tal, en cualquier recoveco de nuestra existencia por la triada que nos rige, a saber: inútiles, bicho y mieditis, a la que habría añadir el tiempo tonto de las balconadas.

            Es ahora, con la canina tan cercana, cuando se mira hacia atrás con la avidez propia de recorrer el camino dejado; pero ya es tarde por la sencilla razón de que es imposible; es en este momento cuando se cae en la cuenta de que nacimos para amar y que se cumple lo que escribió Tagore: “Cuando mi voz calle con la muerte, mi corazón te seguirá hablando”.

 

        

 

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