En la confianza que la chavalería inunde nuestras calles este próximo domingo con su griterío, los sucesos de esta maldita pandemia y este pesado confinamiento siguen haciendo estragos en la obediente y sumisa ciudadanía que sucumbe al encanto de Iglesias y Marlaska; únicos ellos. El primero arremete contra el Poder Judicial y el segundo, que es Juez de profesión y subjefe del Mando Único, acata la crítica como si tal cosa.
A pesar de ello, los niños y las niñas alegrarán a los pocos pajaritos que quedan después que las palomas han hecho estragos en ellos y las gaviotas en las palomas y el coronavirus en personas, muy especialmente en los que peinan mi edad.
Ya se anda pensando en que los mayores -cuando dicen mayores quiero creer que hablan de los míos, los viejetes- deben salir a las calles para estirar algo las piernas e ir aprendiendo a estirarlas del todo, hecho que traería como consecuencia la salvación de España; de la noche a la mañana nos hemos convertidos en héroes por partida doble, la primera porque edificamos, dicen, una nueva España y ahora porque no habría pensionistas de rango. ¡Toma ya!
Un servidor la diñará con las botas puestas, o sea: con alcohol y tabaco; es por ello que esta mañana con mascarilla, gafas negras, sombrero de ala ancha y guantes azulados he marchado, cayado en mano, al estanco y he provisto el mío para cinco días.
Y llegarán los chavales a las calles y los ancianos disfrutaremos con su visión a no ser que, como sugiere Trump, bebamos lejía diluida en agua y nos soplen en las amígdalas vapores de gel alcoholizado.
Pues sí, nos queda poco y a ellos, a los niños, un rato largo: tratadlos bien, pandilla de inútiles… me refiero a los del Mando Único.
No fiaros en demasía de ellos, queridos papis.
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