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Los libros en el libro El ingenioso hidalgo don Quijote de la Mancha


Las primeras alusiones que contiene el Quijote a los libros, tras los correspondientes permisos y dedicatorias, constituyen las intenciones de su autor: “Desocupado lector: sin juramento me podrás creer que quisiera que este libro, como hijo del entendimiento, fuera el más hermoso, el más gallardo y más discreto que pudiera imaginarse”. Y otras en el prólogo y poemas iniciales.

Ya comenzada la novela propiamente, considera el origen de la locura de don Quijote: “Es, pues, de saber que este sobredicho hidalgo, los ratos que estaba ocioso, que eran los más del año, se daba a leer libros de caballerías, con tanta afición y gusto, que olvidó casi de todo punto el ejercicio de la caza, y aun la administración de su hacienda. Y llegó a tanto su curiosidad y desatino en esto, que vendió muchas hanegas de tierra de sembradura para comprar libros de caballerías en que leer, y así, llevó a su casa todos cuantos pudo haber dellos”.

Son variadas las alusiones a los libros y la locura de don Quijote. Nos llama la atención el deseo de este apasionado lector de continuar la segunda parte de un libro que mucho le había gustado y cuyo autor no cumplía con su promesa: “… alababa en su autor aquel acabar su libro con la promesa de aquella inacabable aventura, y muchas veces le vino deseo de tomar la pluma y dalle fin al pie de la letra, como allí se promete; y sin duda alguna lo hiciera, y aun saliera con ello, si otros mayores y continuos pensamientos no se lo estorbaran”.

¿No es acaso este deseo el que llevó a Fernández de Avellaneda a escribir la segunda parte de El ingenioso hidalgo don Quijote de la Mancha? Podríamos estar ante un dato más de que Alonso Fernández de Avellaneda es el propio Cervantes, en su constante juego manierista de la literatura en la literatura y con la literatura, como ya apunté con otros argumentos en “El vocabulario del Quijote de Cervantes y del de Fernández de Avellaneda y otras consideraciones sobre sus libros”, publicado en 2005 en A zaga de tu nombre, homenaje al prof. Cristóbal Cuevas

Llegamos a un tercer bloque del tema “libro” en el Quijote: el escrutinio que efectúan el cura y el barbero en la biblioteca de nuestro hidalgo, donde encontraron “más de cien cuerpos de libros grandes, muy bien encuadernados, y otros pequeños”. Sus juicios y razones por las que salvan o condenan al fuego no tienen desperdicio. Atendamos sólo a aquellas por las que salvan libros:

 Los cuatro de Amadís de Gaula: “Este libro fue el primero de caballerías que se imprimió en España, y todos los demás han tomado principio y origen déste; y así, me parece que, como a dogmatizador de una secta tan mala, le debemos, sin excusa alguna, condenar al fuego. -No, señor -dijo el barbero-, que también he oído decir que es el mejor de todos los libros que de este género se han compuesto; y así, como a único en su arte, se debe perdonar.  Espejo de caballerías: “Ahí anda el señor Reinaldos de Montalbán con sus amigos y compañeros, más ladrones que Caco, y los doce Pares, con el verdadero historiador Turpín; y en verdad que estoy por condenarlos no más que a destierro perpetuo, siquiera porque tienen parte de la invención del famoso Mateo Boyardo, de donde también tejió su tela el cristiano poeta Ludovico Ariosto; al cual, si aquí le hallo, y que habla en otra lengua que la suya, no le guardaré respeto alguno; pero si habla en su idioma, le pondré sobre mi cabeza.

 Palmerín de Oliva/ Palmerín de Ingalaterra: “Esa oliva se haga luego rajas y se queme, que aun no queden della las cenizas; y esa palma de Ingalaterra se guarde y se conserve como a cosa única, y se haga para ello otra caja como la que halló Alejandro en los despojos de Dario, que la diputó para guardar en ella las obras del poeta Homero. Este libro, señor compadre, tiene autoridad por dos cosas: la una, porque él por sí es muy bueno, y la otra, porque es fama que le compuso un discreto rey de Portugal. Todas las aventuras del castillo de Miraguarda son bonísimas y de grande artificio; las razones, cortesanas y claras, que guardan y miran el decoro del que habla con mucha propriedad y entendimiento. Digo, pues, salvo vuestro buen parecer, señor maese Nicolás, que éste y Amadís de Gaula queden libres del fuego, y todos los demás, sin hacer más cala y cata, perezcan”.

Historia del famoso caballero Tirante el Blanco: “… hago cuenta que he hallado en él un tesoro de contento y una mina de pasatiempos. Aquí está don Quirieleisón de Montalbán, valeroso caballero, y su hermano Tomás de Montalbán, y el caballero Fonseca, con la batalla que el valiente de Tirante hizo con el alano, y las agudezas de la doncella Placerdemivida, con los amores y embustes de la viuda Reposada, y la señora Emperatriz, enamorada de Hipólito, su escudero. Dígoos verdad, señor compadre, que, por su estilo, es éste el mejor libro del mundo: aquí comen los caballeros, y duermen, y mueren en sus camas, y hacen testamento antes de su muerte, con estas cosas de que todos los demás libros deste género carecen. Con todo eso, os digo que merecía el que le compuso, pues no hizo tantas necedades de industria, que le echaran a galeras por todos los días de su vida. Llevadle a casa y leedle, y veréis que es verdad cuanto dél os he dicho”.

 La Diana de Montemayor: “…soy de parecer que no se queme, sino que se le quite todo aquello que trata de la sabia Felicia y de la agua encantada, y casi todos los versos mayores, y quédesele en hora buena la prosa, y la honra de ser primero en semejantes libros”.

 La Diana (del Salmantino) / La Diana (de Gil Polo): “… la del Salmantino acompañe y acreciente el número de los condenados al corral, y la de Gil Polo se guarde como si fuera del mesmo Apolo”.

 Los diez libros de Fortuna de Amor, compuestos por Antonio de Lofraso, poeta sardo: “… desde que Apolo fue Apolo, y las musas musas, y los poetas poetas, tan gracioso ni tan disparatado libro como ése no se ha compuesto, y que, por su camino, es el mejor y el más único de cuantos deste género han salido a la luz del mundo; y el que no le ha leído puede hacer cuenta que no ha leído jamás cosa de gusto. Dádmele acá, compadre, que precio más haberle hallado que si me dieran una sotana de raja de Florencia”.

 El Pastor de Fílida: “…guárdese como joya preciosa”.

 Tesoro de varias poesías: “…menester es que este libro se escarde y limpie de algunas bajezas que entre sus grandezas tiene. Guárdese, porque su autor es amigo mío, y por respeto de otras más heroicas y levantadas obras que ha escrito”.

 El Cancionero de López Maldonado: “También el autor de ese libro es grande amigo mío, y sus versos en su boca admiran a quien los oye; y tal es la suavidad de la voz con que los canta, que encanta. Algo largo es en las églogas, pero nunca lo bueno fue mucho: guárdese con los escogidos”.

 La Galatea, de Miguel de Cervantes: “Muchos años ha que es grande amigo mío ese Cervantes, y sé que es más versado en desdichas que en versos. Su libro tiene algo de buena invención; propone algo, y no concluye nada: es menester esperar la segunda parte que promete; quizá con la emienda alcanzará del todo la misericordia que ahora se le niega; y, entre tanto que esto se ve, tenedle recluso en vuestra posada, señor compadre”.

La Araucana, de don Alonso de Ercilla; La Austríada, de Juan Rufo, jurado de Córdoba, y El Monserrato, de Cristóbal de Virués, poeta valenciano: “Todos esos tres libros son los mejores que, en verso heroico, en lengua castellana están escritos, y pueden competir con los más famosos de Italia: guárdense como las más ricas prendas de poesía que tiene España”.

Las lágrimas de Angélica: “Lloráralas yo si tal libro hubiera mandado quemar; porque su autor fue uno de los famosos poetas del mundo, no sólo de España, y fue felicísimo en la traducción de algunas fábulas de Ovidio”.

Hablar de libros y/o poesía y literatura es constante a lo largo de las páginas del Quijote y, de manera especial, del propio libro de Cervantes y aun del de Avellaneda. Pero estos otros bloques ya es asunto de otro artículo.

 

 

 

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