Ni Paulo Freire, el chileno que escribió “Pedagogía del oprimido”, hubiese sido capaz de dar solución a la problemática que la chiquillería actual puede tener con el jodido confinamiento; y no podría hacerlo porque su tarea fue la “educación de adultos” allá por Recife, norte de Brasil, junto al obispo Helder Cámara.
Y es que los niños, al igual que las niñas, son “niños”, y no esa dulce tontería que se lleva hoy y queda muy bien al decir que hay que buscar al “niño” que llevamos dentro.
Nosotros tenemos calostros que, por más que lo deseemos, nos impiden llegar a saborear de nuevo “el paraíso perdido de la niñez”, o dicho de manera distinta: la “inocencia”.
De esto saben algo los actuales parvulistas, el profesorado de primaria y -algo más y que me perdonen los actuales docentes- aquellos maestros nacionales, entre los que me incluyo, que teníamos la osadía de intentar enseñar en una escuela unitaria a una chavalería variopinta cuyos miembros oscilaban entre los 6 y 12 años de edad.
Hoy han aparecido en pantalla el ministro Duque y el doctor Simón para explicar a la chavalería cosillas sobre el Covid-19; el primero, que sabe cantidad, se equivocó al explicar la forma en que hay que colocarse la famosa mascarilla y el segundo, gran orador, no habrá existido chaval que lo entendiese.
Acabo de leer que la dulce ministra Yolanda -tal vez sea un bulo- ha sido pillada en el Mercadona de su ciudad sin mascarilla y guantes. Es que los gallegos, incluido Rajoy, son la repera.
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