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La contagiada


Una posta que falta en el lugar adecuado, ¿quién ha ordenado su desaparición?; un hombrecillo burlón de color pardo amarillento, ¿por qué se ríe?... ¿Podría ser peor el panorama? Tampoco la mujer lo esperaba en casa, pues se había ido a emperrarse bajo un piojoso infectado de una enfermedad maligna. No lo sabía, ciertamente. "He ido a visitar a mi madre", dijo al volver. Quedó tocada y, a los pocos días, ni podía respirar bien, ni podía con sus huesos, tosía, tenía fiebre alta, sangraba por la nariz... El marido, alarmado, la llevó al médico, que no supo que mal le afectaba. "Al hospital", dijo. Ya era tarde cuando llegó.

Tras los días de duelo, cuando emprendió un nuevo viaje, al salir de la villa, se topó con la risa burlona de aquel individuo de color bayo.

-¿Por qué se ríe? -preguntó como para sí mismo.

-¿De verdad quieres saberlo? -le respondió el compañero.

Asintió.

-Ese amarillento pardo fue el alcahuete que llevó a tu mujer a los brazos de quien le contagió la enfermedad.

-¡Lo mato! -exclamó.

-Ya se ha encargado la parca de ajustarle las cuentas. No fue tu esposa la única que metió en su cama depravada... Todas han muerto acusando los mismos síntomas. ¡Dios nos proteja!

-Amen -dijo el viudo arreando los caballos con indignación y malhumor

 

 

 

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