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El Copo. Apercibida


Llevo un tiempo con el móvil “escacharrado”, fue por ello que ayer decidí ir al Corte Inglés para ponerlo en forma. Ese “lujo” se encuentra a un tiro piedra del hogar, ya ven que la terraza de mi refugio da a la calle Don Cristián y justamente en esa vía se encuentra el inicio del citado lugar de consumo.

         Mi hija decidió acompañarme. Así que ella con el carrito de la compra y yo con el bastón o él conmigo iniciamos el camino. Soledad absoluta durante la travesía, las piernas respondían al ritmo del cayado y ella estaba contenta al comprobar que un servidor se defendía bien del desequilibrio que siempre me acompaña.

         Primer contratiempo: los servicios del Samsung nada más que estaban operativos por la mañana. Cruzamos la plaza Manuel Alcántara y nos sumergimos en el interior del clásico Gran Almacén.

         Segundo contratiempo: al intentar acceder al supermercado un señor nos dijo que nada más podía entrar una persona. Lógicamente fue la “chati” la que accedió, le recordé que comprara una botella de J-B.

         No había una sillita donde reposar mis enclenques y enfermizos glúteos, de manera que salí fuera a buscarles acomodo. Senté las posaderas en uno de esos bloques acartonados que se usan para cuestiones de tráfico y, lo que son las cosas, pasó un coche de la poli que aparcó en una cercana acera. Bajaron dos jóvenes uniformados con pistola al cinto, los vi venir, respiré hondo y, eso sí, con mucha educación, me preguntaron que hacía un servidor en semejante lugar.

         - “Pues ya ven, les dije, echando un cigarrillo y esperando a mi hija que está allí”, señalé al C.I.

         - “Qué edad tiene usted?”, avergonzado les contesté que 84 años; “pero hombre de Dios, a esa edad no debe salir de casa, usted es una persona con riesgo”. (Recordé el 23-F donde también fui confinado). Intenté explicarles lo del Samsung, pero no había manera que me entendieran y la verdad es que lo vi lógico. Se fueron como vinieron, pero volvieron -creo que tuvo que existir una comunicación entre ellos y el responsable de seguridad del maldito C. Inglés-.

         Se acercaron a la puerta del lugar y emergió como una rosa mi hija. La pararon y con determinación agarré el cayado. Allí estaba ella, pobrecita mía, sometida a un pequeño tercer grado y llegué con bandera blanca. Nos leyeron la cartilla y yo la mía a ellos. Que si sí y que si no, que sí había comprado el J-B, suspiré. Fui interrogado sobre el güisqui, y les contesté que, además del bastón, era mi otro gran apoyo, no lo entendieron.

         Pidieron la documentación a mi hija y…tercer contratiempo: no la llevaba consigo. Total, que fue apercibida, tomaron nota del número del carnet de identidad que sí recordaba y les ofrecí tabaco, rechazaron la oferta.

         Ya les conté mi historia, ya saben, que si era amigo del alcalde de Málaga, que si fui diputado constituyente con él, un rollo de mucho cuidado que no dio resultado porque no le quitaron el apercibimiento. ¡Me cachis!

         De vuelta a casa, tras el sofoco, nos reímos cantidad; al fin y al cabo cumplían con su deber.

Realmente lo pasamos bien y ya tenemos algo que contar en este maldito confinamiento.

En la noche, brindamos. Estamos bien provistos.

 

 

 

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