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El adiós patuleco de Amparo


Se le notaba perfectamente que estaba enfadada y de mal humor porque no paraba de refunfuñar, de emitir voces confusas, palabras mal articuladas, frases ininteligibles entre dientes.

-Mamá, que dices cuando te enfadas, di.

-No estoy enfadada, que va.

-Refunfuñas y no entendemos lo que estás diciendo.

-Cosas mías, chiquilla. No te preocupes.

Y se retiraba balanceando el cuerpo con su peculiar manera defectuosa de andar.

Un día estalló y, lo que fue refunfuño, se convirtió en voces de palabras perfectamente articuladas:

-Me tenéis harta todos, vuestro padre, vosotras, los políticos, la nación, la televisión, la radio... No aguanto más. Me bajo de este mundo, me tiro en marcha de este tren desquiciado... No aguanto más.

-Mamá, por favor, cálmate, no es para tanto, todos estamos hartos.

-Amparo, mujer, no te pongas así. No des mal ejemplo a tus hijas. Todos vamos en el mismo barco... Todos, hasta los políticos de los que tanto renegamos. Ten calma, mujer.

Se retiró a su cuarto patuleca y trinando, refunfuñando de nuevo. Sólo le entendieron una palabra:

-¡Adiós!

 

 

 

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