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El Copo. Ay pena, penita, pena


Era difícil conformar el gobierno actual de coalición entre PSOE y Podemos para conseguir que diferentes sensibilidades pudieran cohabitar y ofrecernos una esperanza de futuro. Se buscó lo mejor -quiero creer- que había en las filas de ambos partidos, y Pedro Sánchez consiguió “el no va más”, el más coherente de los posibles gobiernos.

     Entre los ministros elegidos, destaca hoy por razones obvias, el filósofo y político Salvador Illa (la cuota del PSC y mano derecha de Iceta); era importante que el buen hombre y todo un ministro se integrara en la “mesa” de negociaciones para debatir sobre el “problema” catalán; fue por ello que se buscara un señor de perfil político para poner paz en las endiabladas propuestas del proceso catalán.

     A Illa, al que Dios lo ampare en su seno, le endiñó Sánchez un ministerio sin competencias ya que todas ellas estaban transferidas a las Comunidades Regionales; de manera que podríamos afirmar que lo suyo era un auténtico chollo; con estas predicciones, que no lo eran, el pobre Salvador tomó posesión a mediados del mes de enero de un ministerio que le iba a dar tiempo necesario para abordar el asunto de la citada mesa, asunto que realmente era el suyo porque en realidad había sido nombrado para tales menesteres.

     El resto de la historia ya lo saben: muertos a granel de españoles, la nación en confinamiento, los ciudadanos aplaudiendo a una sanidad que la engañaban “como a un chino” y un dolor en mi alma -esa que no se ve, pero que es la que más duele- que me impide expresar con claridad mis sentimientos.

     Dimita como un señor, señor Illa, porque su jefe superior inmediato, el tal Sánchez, no lo va a hacer con él ni con usted. Y una vez que lo haga, por favor, llévese usted al hombre del pico, sí, al tal Simón.

     Y otro favor: no me diga nadie que no es hora de pedir dimisiones.

 

 

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