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Diálogo consigo mismo


La solución contra la injusticia en el mundo no debería hallarse en las fuerzas de la muerte, sino en el poder del amor. “El individuo que no se interesa por sus semejantes, manifiesta Alfred Adler, es quien tiene las mayores dificultades en la vida y causa las mayores heridas a los demás. De estos individuos surgen todos los fracasos humanos”. Quienes me conocen bien saben que podría tener la felicidad fácil del hombre conformista, pero no la quiero ni la deseo. Tengamos siempre presente que el conformismo es una forma de morir lentamente.

Vivimos en un mar de opulencia y nuestros hijos se aburren o no saben qué hacer con tantos regalos, con tantos juguetes. En las escuelas queremos para nuestros hijos las últimas tecnologías y técnicas de estudio y, aun así, se aburren y no estudian. Dicen que es preciso estimularlos y motivarlos, viendo imágenes de estos hermanos nuestros atrapados por la indigencia más atroz, imágenes ante las que deberíamos avergonzarnos por las incontables actitudes egoístas que tenemos diariamente. Con lo que tiramos o con lo que nuestros hijos no quieren, muchos niños en el mundo tendrían para comer y beber y jugar, como nuestra descendencia. ¡No, no debemos mirar para otro lado, aunque nos moleste ver la realidad humana y mundial!

Ciertamente, somos afortunados en esta transitoria vida. Aunque ni lo pensemos, tenemos mucho más de lo que necesitamos para vivir dichosos. Tratemos de no alimentar la siniestra rueda, consumista e inmoral, de esta sociedad “moderna y avanzada” que olvida e ignora a las dos terceras partes de nuestros coetáneos. ¡Qué duro, qué cruel tiene que ser para una persona decirse a sí misma: “corazón duerme y no sueñes porque no hay nada ni nadie con quien soñar!”.

Por ello, es obligación nuestra hacer que tomen conciencia nuestros niños y adolescentes, nuestros jóvenes y adultos indiferentes, de cómo sobreviven estos hermanos nuestros en un mundo que no se preocupa de sacarlos de ese estado que solo los conduce a la desesperación absoluta.

De lo expuesto, se deduce “que yo y mí dialogan con demasiada asiduidad”, afirma Friedrich Nietzsche. De estas palabras del filósofo alemán debemos aprender que esas asiduas conversaciones deberían tenerlas, no “yo” con “mí”, sino “nosotros” con los “demás” hermanos nuestros. Pero el hecho de llevar a cabo esta permuta de pronombre personal y adjetivo es verdaderamente “imposible” para muchos seres humanos que viven en la superabundancia. Quizás ellos ignoran que tanto la carencia como la abundancia acaban matando al hombre

Comulgo plenamente con el contenido de las siguientes palabras de John F. Kennedy: “Si una sociedad libre, un pueblo con sus mandatarios a la cabeza, no puede ayudar a sus muchos pobres, tampoco podrá salvar a sus pocos ricos”. Es evidente que la pobreza no tiene leyes. Nadie ansía vivir en la pobreza, si no es para convivir con aquellos que la vida se la impuso, en definitiva, convivir, desde el amor, con estas personas para enseñarles a salir de ese pozo sin fondo. “La ley es poderosa, expresa Goethe, pero más poderosa es la miseria”.

A esas personas que viven con sus necesidades vitales cubiertas y sin carestías y sin imposiciones irracionales les grito desde lo más profundo de mi ser: “¡Qué control podemos pedirle, manifiesta el autor de este artículo, qué leyes queremos que obedezca aquel que ve a sus hijos dormir, sobre un lecho de cardos y grava, con el estómago vacío y sin derecho a poseer las ilusiones propias de su edad!”.

 

 

 

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