El presidente Pedro Sánchez, según publica “El Confidencial Digital”, será atendido por siete médicos y siete enfermeros en cuanto estornude a la primera de cambio y -el menda, un servidor de ustedes- no ha encontrado en ninguna farmacia de Málaga, “la ciudad que todo lo acoge y todo lo silencia”, ni un solo recipiente de alcohol, para qué hablar de mascarillas, que me pueda salvar del hijo de puta ese del Colvit-19.
No hay derecho, pero como “nos vamos a morir todos” a mí me da igual lo de los catorce sanitarios que puedan ir a la Moncloa, allá ellos. Igualito lo del “presi” que la pobre Irene Montero, la ministra de Igualdad, que estará vigilada y cuidada por su pareja Pablo que, con inmenso cariño y su grata verborrea, la pondrá en forma para que vuelva a meterse con las que usan bragas del “treinta y ocho”.
Ese país va a su propio exterminio por tomarse todo en guasa y la cosa, quieran o no, está jodida; ahí tienen ustedes a los italianos que han fichado a siete expertos en virus, todos chinos, para aplicar en Lombardía la misma política sanitaria que en la China que concibiera Mao.
No sé ustedes, pero un servidor prefiere un chino de verdad, o sea, comunista, a este Fernando Simón que cada día nos sermonea aconsejándonos que estemos tranquilos, que nos lavemos las manos y mantengamos una cierta distancia con el prójimo y próximo.
Y los curas, con el Papa al frente, deben ya suspender misas y aglomeraciones de capirotes, y la pamplina esa de darnos la paz al tiempo que pringamos al otro con una pelotilla de mocos en perfecto estado pegajoso; esto es la guerra contra el coronavirus y vamos a dejarnos de pamplinas.
Hoy estoy muy cabreado porque un tal Rubiales ha decidido suspender el Sevilla-Betis, mi querido opio, el que me salva y sostiene.
Perdonen y recen por mí.
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