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El segmento de plata. Sal y luz


         A lo largo de aquel fin de semana que transformó mi vida y que me puso en “el inicio de la búsqueda del camino de la fe”, una serie de ideas fuerza martillearon constantemente mi conciencia. Entre ellas destacó el papel de los cristianos como “Sal y luz de la tierra”.

     Los que venimos de la catequesis de “no hagas esto, ni lo otro, ni lo otro”, una religiosidad basada en eliminar lo negativo, el encuentro con un cristianismo activo, de búsqueda de las Bienaventuranzas a través del camino de las Obras de Misericordia, nos iluminó en una pauta a seguir que te hace pasar de una actitud de espectador amedrentado a un papel de actor ilusionado.

    Ser sal que sale y luz que ilumine es muy difícil. La sal idónea es aquella que hace su “trabajo” de forma humilde, desaparece entre el resto de los alimentos, pero da sabor, hace sabrosa la vida. Es económica pero imprescindible. La luz que se agradece es aquella que proyecta el foco hacia los demás, no deslumbra, alumbra, ilumina, es como la linterna del acomodador que te acompaña en la oscuridad para indicarte el camino y llevarte a un sitio seguro.

    Esta luz lleva alumbrando a las naciones desde hace más de veinte siglos. Algunos de sus portadores nos equivocamos cuando la queremos hacer nuestra. Somos solo la bombilla que necesita de la “central eléctrica” que se encuentra en la puesta en práctica de los evangelios.

    A veces nos pasamos con la sal. La queremos encerrar en saleros brillantes pero con los agujeros cegados por el “yoismo”. La utilizamos con exceso cuando queremos imponer, no exponer nuestras ideas. Cuando presentamos a Jesús “ante las naciones” lo llenamos de parafernalia y aires de superioridad que deslumbran y no acompañan que te hacen subir la tensión emocional en vez de dar paz a tu vida.

     Tenemos grandes ejemplos de esta forma de vivir. A veces los tenemos cerca y no los valoramos. Yo agradezco a aquellos que en su día abrieron las puertas de mi cristianismo a otras posibilidades. Aquellos que me enseñaron a intentar ser (con algún provecho) sal que de sabor y luz que ilumine.

 

 

 

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