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Cultivemos la paz


En esta ocasión, como en tantas otras, volveré a usar la palabra para condenar públicamente las guerras, la mayor perversidad del hombre contra el hombre, y para ensalzar a los cuatro vientos la bondad, la grandeza y la generosidad, entre otras muchas cualidades todas constructivas, que llevan en sus entrañas la Paz. “En la paz, dice Herodoto, los hijos entierran a los padres; la guerra altera el orden de la naturaleza y hace que los padres entierren a sus hijos”. Al evocar estas palabras del historiador griego, también han aflorado en mi mente aquellos versos del poema “Guerra” de Miguel Hernández: “El odio sin remedio. / ¿Y la juventud? / En el ataúd”.

            Aquellos que desencadenan un conflicto bélico son seres tan malvados que, en sus mentes psicópatas, creen poder devastar y dominar aquello que, según ellos, no sigue la línea marcada por su propia voluntad perversa, masacrando y exterminando a seres humanos que, como ellos, van de camino con sus luces y tinieblas en cada latido de sus corazones.

            Al finalizar la segunda década de este siglo, continúan las escaladas militares cimentadas, como todas, en la maldad manifiesta, en la ambición de poder y en la irracionalidad exaltada de los dirigentes de las naciones involucradas en estas luchas de consecuencias funestas para los países en litigio y para el resto de los humanos.

            Es evidente que una declaración de guerra siempre es una agresión a todos los pueblos del mundo. Dejemos que se oxiden las armas y se esfumen esos silencios que no llevan a parte alguna, y, si hay que luchar, es decir, acercar convicciones e ideas y entendimientos, limen asperezas, filos cortantes, vértices como dagas…  los dos bandos y después háganlo con la Justicia y la Palabra. “Se acierta más por la dulzura, confiesa Erasmo de Rótterdam, que por la acrimonia”. Además, y sigo con Erasmo, “las dos partes creen que tienen la Justicia de su lado”.

            Aportemos todos los hombres y mujeres de buena voluntad nuestro “granito de arena” para que la Paz reine en nosotros y en cada uno de los países enclavados en los diversos continentes del mundo. Gracias a ella, la humanidad evolucionará, desde lo fraterno y lo creativo, lo positivo y lo igualitario…, para bien de todos los que formamos parte de ella y para los que mañana serán miembros de la misma. Por ello grito a toda la humanidad que “la guerra es la salida cobarde, expresa Thomas Mann, a los problemas de la paz”.

            No olvidemos, y tampoco aquellos que nos gobiernan, que el pueblo posee la primera y la última palabra. Cualquier pueblo del mundo debe saber que es más auténtico y más venturoso y más próspero vivir con la sonrisa en los labios que con la espada en la mano. Pero, por desgracia, cuántas y cuántas personas viven de espalda a las múltiples tragedias bélicas que suceden en nuestro planeta. “Entre los vivos, manifiesta Manuel Mantero, los hay más muertos que los muertos. Son aquellos que desayunando se informan de las matanzas previstas o ejecutadas, y no se inmutan. Seguramente están ya instalados en el reino de los cielos o, por lo menos, en el de la televisión. Muy lejos”. Por ello, el individuo indiferente a los calvarios o desgracias que sufren sus coetáneos es una roca en las profundidades del abismo, un cobarde repleto de crueldad, que ni siquiera sabe que la indiferencia es una enfermedad incurable que lo tiene, en vida, ciego y anclado en su propio egoísmo, producto de una irracionalidad total.

 

 

 

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