Los años, 84 tacos, han conseguido que “pierda el hilo” de lo que está ocurriendo por estos lares de nuestra moderna España y, por tanto, me costará un cierto trabajo enhebrar de nuevo la aguja para, a modo de pespuntes, ir cosiendo mi personal manera de entender lo que está cocinándose en ella.
Ya es un éxito que lo intente por lo que tiene de vuelta a la normalidad, o sea, al tedioso trabajo de verter impresiones sin mascarillas anti-Wuhan que nos salven del coronavirus, ese bichillo que ha conseguido desplegar una alarma mundial por los medios de comunicación, ávidos ellos de proclamas sensacionalistas que nos acongojan más de lo necesario.
Sobre el mediodía de hoy he sabido del enfado de los hombres del campo extremeño que, allá por Don Benito, han sido zarandeados más de la cuenta por las Fuerzas del Orden (palabras ambas incompatibles), cuando deseaban pedir explicaciones al ministro del ramo y la rama, señor Planas, sobre la ruina que significa arañar el terruño.
Desde otra dimensión galáctica he visionado al vicepresidente Iglesias, acompañado de Ximo Puig, recorrer los mismos parajes fantasmales creados por Gloria, como ya lo hiciera el “mandíbula Sánchez”, en días anteriores al actual; bien hecho por la duplicidad en el “trabajo”.
Lo del supremacista Quin Torra, a la espera de vérselas con Pedro, es harina de otro costal; ya saben ustedes, porque un servidor no se cosca, va encajando lentamente con las tesis de Iván, el chaval fuerte de La Moncloa, que mantiene y sabe que en unas próximas elecciones catalanas vencerá con rotundidad el tripartito formado por Esquerra, PSC y Podemos que dará paz, tranquilidad y buen billetaje en el Congreso de los Diputados para aprobar presupuestos y otorgar a la actual legislatura una andadura pacífica para disfrutar del Falcon en plenitud.
Y es que Ábalos ha venido a la política para quedarse… o no lo sabían.
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