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El segmento de plata. Los felices veinte


     Durante el resto del siglo XX hemos estado añorando la “felicidad” que emanó de aquella “década prodigiosa”. Una etapa que se inició en el 1922 en Estados Unidos y que acabó allí mismo con la depresión del 29. Como tantas otras fases de auge económico, tuvo su origen en la culminación victoriosa de la Gran Guerra. La industria se modernizó, el automovilismo cogió un gran impulso y tanto la prensa como la publicidad incrementaron de una forma exponencial la euforia de los americanos. Los Estados Unidos se convirtieron en un nuevo “Eldorado” para los inmigrantes de todas las partes del mundo, que en una especie de “pateras” llegaban a la isla de Ellis a los pies de la Estatua de la Libertad. Años de charlestón, gángsters y desmadre.

     En España fue todo diferente. Estábamos gobernados por un débil Alfonso XIII más pendiente de “otras cosas” que del gobierno de España. Lo dejó en manos de la dictadura de Primo de Rivera. Se construyeron muchas carreteras y se creó la telefónica. Proliferaron los caciques y los anarquistas. Los jóvenes españoles caen como chinches en la guerra de Marruecos. Nos habíamos quitado de encima los últimos resquicios coloniales en América y estábamos intentando levantar cabeza.

     Me parece que existe una gran cantidad de diferencias entre aquellas circunstancias y las que concurren ahora en el mundo, en Europa y en España (o lo que seamos ahora). De todo lo que tuvieron los americanos en aquella época poco tenemos nosotros ahora. Tan solo un montón de emigrantes que buscan las ventajas de un país en el que, por lo menos, tienen un mínimo de agua y alimentos. Una España dividida y llena de futuros reinos de taifas. 

    Hasta ahí la parte negativa de la comparación. Lo poco o lo mucho que tenemos lo podemos multiplicar por el coeficiente que nos proporciona la Esperanza. Sí, la Esperanza con mayúscula que nace del esfuerzo personal de los hombres de buena voluntad.

    No podemos influir en la situación política, salvo con la aportación de nuestros votos y la exigencia hacia los políticos del cumplimiento de sus promesas. No podemos influir en la economía nacional, pero sí lo podemos hacer en nuestro metro cuadrado compartiendo lo que nos sobra y parte de lo que nos falta. No podemos influir demasiado en la presencia de los valores en la familia y en la sociedad, pero algo podemos hacer con nuestra palabra, nuestros escritos y, sobre todo, de nuestro ejemplo.

       Todo ello nos permitirá evitar la llegada a una nueva depresión del 29, a la que estamos abocados como sigamos caminando por este sendero lleno de mentiras, de egoísmo, de perdida de valores y de mala leche. Estos años 20 no serán ni mejores ni peores que los demás. Serán lo que nosotros queramos. Por cierto les recomiendo una hojilla que corre por las redes con la “Preciosa definición de familia del Papa Francisco.

 

 

 

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