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La buena noticia. Death café


    A lo largo de los últimos 365 días se han ido sucediendo los problemas de todo tipo a escala política, económica, mundial y nacional. Eso no ha impedido que algunos disfrutones de la vida -entre los que, humildemente me encuentro- nos sintamos relativamente  satisfechos de como ha discurrido. El secreto estriba en comparar los buenos momentos con aquellos que no lo son tanto. Las vivencias felices… ganan por goleada.

    Por otra parte me sigue preocupando la exhibición pública de un ateísmo militante. Es muy difícil que un personaje público, o uno de esos “influidores” que proliferan por las redes, no se confiese carente de fe y que alardee de su renuncia a su pertenencia a la Iglesia, adquirida desde el momento de su Bautismo.

    Bueno, lo del ateísmo es un decir. Se apuntan a la “doctrina” de moda, a aquella que se importa desde países remotos (sobre todo si son orientales o exóticos). Todo ello sin renunciar a aparecer en primer plano en Semana Santa, en Navidades o en Halloween, que más da.

    Lo último que ha aparecido en la prensa es la creación de un nuevo espacio en el que hablar de la muerte. Dilucidar sobre el “más allá” como si no tuviera importancia el “más acá”. Se trata de “el Death café”. Otra especie de religión.

    Este espacio nació en 2011 de las manos de un psicólogo inglés llamado Jon Underwood como una serie de encuentros ciudadanos para hablar de la muerte en torno a un café y unos dulces. En dichos encuentros solo se habla de un tema tabú para muchos: la muerte. No se toca el duelo ni las experiencias hospitalarias, sino que se aborda de lleno el paso a la otra vida. No se habla de la Esperanza.

    He podido descubrir en Internet la proliferación de reuniones de este tipo en muchas ciudades españolas. Incluso se recoge un tutorial para la creación de nuevos grupos. Se basan en dos premisas imprescindibles: heterogeneidad de sus componentes y la presencia de una apetitosa merienda.

   Cada uno gana o pierde su tiempo como le da la gana. Estimo que es un poco lúgubre el reunirse en torno a un café y unos dulces para hablar de un futuro desconocido para todos. En dichas reuniones se siguen presentando túneles y luces blancas en el umbral de la muerte. Yo sigo aferrándome a la fe cristiana que me habla de la OTRA VIDA. Así con mayúsculas.

   Mi buena noticia de hoy me la transmite la caterva de nietos que pululan por mi casa en estos días navideños. Siguen empeñados en poner dos “Niños Jesús” en el Belén –novedad incorporada desde el nacimiento de mis dos nietas gemelas hace tres años-. Han terminado de romper las bases de casi todas las figuritas, pero se tiran un buen rato adaptándolas a su propio gusto. Este año el puente que cruza el río de papel de plata, ha sido instalado encima de la cueva que acoge al misterio. No hay forma de ponerlo en su sitio correcto. Su apariencia es cada vez más similar al desembarco de Normandía.

   Esos niños llenan mi vida de esperanza en el presente y en el porvenir. Ellos son la buena noticia de hoy. El futuro y el paso a la otra vida lo dejo en las manos de Dios. Allá, en la otra vida, tendré tiempo de reuniones; con o sin merienda.

 

 

 

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