Con el equilibrio que le caracteriza, Juan el de Cartajima, sabedor de todas mis faltas, fue lanzando al abismo del tajo de Ronda, mi conciencia, un rosario de sentencias.
“No olvides lo que vengo diciéndote: no confundas la sabiduría con el conocimiento, ellos, la mayoría de escritores con los que andas son seres de amplia cultura y aprender de ellos podría ser saludable; pero yo, a tus años, no pretendería ser una “enciclopedia andante”; pues tú, que saboreas la vida -auténtica sabiduría- debes procurar que ellos aprehendan de ti: has sido el último en llegar, no quieras ser el primero”.
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