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La timidez o el miedo a ser descubiertos


         Si atendemos a la etimología de la palabra, timidez  viene de la raíz timor (miedo)  y el sufijo -ez  indica cualidad. Pero ¿miedo a qué?  Vamos a verlo.

         La timidez, en muchas ocasiones, se establece como un rasgo de personalidad, fijado, donde según definiciones “ es una sensación de inseguridad o vergüenza en uno mismo que una persona siente ante situaciones sociales nuevas y que le impide o dificulta entablar conversaciones y relacionarse con los demás. “

         Sabemos desde el Psicoanálisis de esa doble cualidad de lo psíquico, donde en todos hay una parte inconsciente que genera la conciencia y que nos hace vernos extraños a nosotros mismos. Podríamos decir que es nuestra “esencia”, nuestro motor, el desear. Es donde anida el caldero de nuestras pulsiones, deseos, nuestra energía psíquica, donde también están incluidos los deseos sexuales reprimidos, toda esos deseos afectivo-sexuales infantiles.

         Pues bien, la timidez tiene que ver con conflictos psíquicos, y en realidad es un miedo a que los demás puedan descubrir en ese mundo interior, es decir, todos esos deseos y pensamientos que ni siquiera nosotros mismos podemos tolerar.

         “Calla por no ofender” es un frase utilizada en el entramado popular y que señala una cualidad por la que una persona adolece de esa timidez y no habla porque si hablara ofendería. Algo de cierto tiene, pues hablamos de un plano inconsciente, donde en la transacción entre los deseos y la moral, aparece la inhibición, la incapacidad para hablar. El resultado de dos fuerzas contrarias es la inhibición.

         Aparece la timidez, esa introversión con uno mismo, esa imposibilidad por gestionar las relaciones, cuando en realidad es un conflicto interno a los deseos, al estar frente a otras personas, donde se pone en juego la sexualidad, la hostilidad, todos esos afectos que forman parte del ser humano y que en ocasiones desbordan porque se hacen imposibles de tolerar y manejar.

          Los niños, en esa relación con las primeras figuras familiares, seducen con su mirada, con su voz. Son grandes seductores donde atraen la atención, necesitan ser amados para poder vivir, que alguien les procure el alimento, sus necesidades básicas. Después aparece el dique de la vergüenza, la moral, porque también hay limites en ese juego de la seducción.  El niño es muy narcisista y necesita renunciar a ciertos instintos, deseos en pos de ese amor que son los padres, y después a estos para llegar al mundo.

         La timidez en el adolescente tiene que ver con toda esa proliferación de la fantasía, el despliegue de la sexualidad, que entran en conflicto, la sustitución de las primeras figuras amorosas, que son los padres y hermanos por chicos y chicas de sus relaciones actuales, la construcción de la sexualidad. No olvidemos que en esta etapa es frecuente que acontezca lo que llamamos angustia virginal, que ante los deseos y la imposibilidad de gestionarlos, se produce el trastorno de ansiedad.

          En materia de gestión emocional, ya Freud nos indicaba el gran desconocimiento. y de cómo era como si mandáramos a los chicos y chicas al polo norte en bañador, además haciéndoles creer que todo el mundo puede.

         También es importante señalar que puede confundirse estados como la  fobia, la ansiedad, la angustia... con ser tímido, cuando esa timidez señala de nuevo un miedo, un peligro interno.

         Separarnos de esas primeras figuras amorosas, de los padres, y construir nuevas relaciones con otras personas es a través de la conversación, de entregarse a lo nuevo, tolerar las diferencias, escuchar al otro. Si permanecemos en la timidez del encuentro, es un volverse en sí mismo, de entregarse al vivir ¿Queremos gustar o conocer a la otra persona? ¿O tenemos una reacción de huida?

         El yo, el narcisismo, puede estar intercediendo, dificultando lo que las palabras se dicen entre sí. Separarse de uno mismo y entregarse a lo por decir, a lo por venir, no es una tarea fácil. Requiere de tolerancia para con uno mismo y los demás, a olvidarse del ideal y permitir que la otra persona también produzca algo en mí que no estaba. Esto es, vivir.

         Lo de los complejos es interesante, porque Freud nos muestra un caso muy particular para ayudarnos a pensar esta cuestión.

         Habla de una paciente que le cuenta una escena infantil donde le pide dinero a su padre para pintar sus huevos de pascua. El padre rehúsa a darle el dinero. En el colegio piden una recolecta para una cuestión social y el padre le dio un billete para pagar de ahí la parte que le correspondía. Ella se quedó con otro tanto más para las pinturas. Cuando le entregó la vuelta al padre, le preguntó que si no lo que faltaba no lo había utilizado para las pinturas. Ella lo niega, pero el hermano la delata. El padre se enfada mucho con ella. Desde ese día, ella, que había sido una niña voluntariosa y extrovertida, se convierte en tímida y hosca.

         Ya de mayor, cuando alguien administraba su dinero, entraba en cólera. Piensa que el dinero es de su exclusiva propiedad, sin que nadie tenga que administrarlo. Repugna también de pedirle dinero a su pareja e incluso en una ocasión se quedó en una ciudad sin dinero, y no consintió a que le dejaran una cantidad, llegando a empeñar una joya. 

         Se descubrió  que la apropiación de ese dinero tenía un significado que el padre no podría sospechar. Una vecina le había dado un dinero para que acompañara a su hijo a efectuar la compra. Cuando volvía a casa, vio a la criada de la vecina, y arrojó al suelo las monedas. En el análisis de este acto, surgió la idea de Judas, que arrojó los dineros que recibió por su traición. Es como que se identificó con él.  Cuando tenía tres años y medio tuvo una niñera con la que se encariñó mucho. Esta mantenía relaciones con un médico y la había llevado con ella para visitarlo. Alguna vez le dio dinero para que comprara golosinas al regresar a casa, comprándole así su silencio.  Un día, dominada por los celos, se puso a jugar con la moneda que le había dado descaradamente delante de su madre. Esta le preguntó por la procedencia de la moneda, y ella le contó. La niñera fue despedida.

         El dinero tomó para ella la significación de entrega a las relaciones, y tomar dinero del padre equivalía a hacerle objeto de una declaración de amor. Le era imposible entonces confesar la apropiación de dinero, y el castigo del padre era como una repulsa a su cariño, un desprecio. Como vemos, no es cuestión de un rasgo de carácter, sino cuestiones afectivo-sexuales.

         Es interesante que, durante épocas, la timidez ha sido bien vista como cualidad femenina, donde junto con el recato, hablaban de esa represión sexual. El enigma femenino, el continente oscuro, que indican algunos autores como Lacan, donde frente al hombre indicaba un mundo diferente, inaccesible, incomparable. Hablar conlleva desvelar el misterio, colocarse en un lugar de sujeto del deseo.  Las primeras investigaciones sexuales marcan al niño en su posterior camino como investigador de otros fenómenos. Su curiosidad infantil le lleva a investigar, a formular teorías que le  llevan a forjar el pensamiento, y una represión en la investigación sexual también conlleva a una represión en el pensamiento, una introversión consigo mismo.

         Entonces introversión, extraversión, tiene que ver con una posición psíquica. Hay un momento para hablar y otro para callar. Pero un grado de timidez más constante, y donde no corresponde, es indicativo de un miedo a ser descubiertos en la proliferación de las fantasías, los pensamientos, los deseos. Mejor despertar a través de la palabra  a los deseos, que siempre tienen un filtro. Con psicoanálisis la timidez se puede transformar.

Laura López, Psicoanalista Grupo Cero

Telf.: 610 86 53 55

www.lauralopezgarcia.com

 

 

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