Cerré la puerta de casa, suavemente pulsé el botón del ascensor, esperé, llegó, se abrió la puerta y en el interior se encontraba el vecino del quinto de toda la vida.
Le pregunté: “qué” y contestó, creo de forma airada, “que de qué”. Me di cuenta que estaba mosqueado y pensé que sería a cuenta de las elecciones. No sé si fue de los que habían ganado o perdido, de manera que, como todo el mundo, miré al techo.
Ya en la calle me di un garbeo para disfrutar del ambiente después de una noche de porcentajes y de un Ferreras desatado por la euforia.
Pedro había barrido, Tezanos había acertado e Iván Redondo se había salido de madre como gran estratega.
Entré en un bar del barrio y pedí lo de siempre; café y un pitufo con aceite y tomate. Me cobraron lo mismo que el día anterior, de manera, pensé que, al menos, en el desayuno no había influido el resultado electoral. Quedé aliviado.
Fui al cajero de BBVA e introduje la tarjeta; la paga de jubilado no había sufrido agitación alguna por lo que respiré aliviado. “Qué”, me preguntó Manolo “el bético” desde la esquina de la frutería; “todo perfecto” por ahora, le contesté.
Quedamos en vernos en El Gran Vía por la tarde para hacer un análisis exhaustivo del resultado de las elecciones. A esa hora en que el sol declina y las caras se tornan majestuosamente bellas, preguntamos a nuestro amigo Antonio, el que nos nutre de algo más que agua, si los precios seguían igual que la noche anterior.
Nos dijo que sí y brindamos por Sánchez. Un buen socialista nos invitó en un par de ocasiones.
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