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El sueño de la dogaresa


El dux o dogo era un antiguo gobernante de Venecia. Su esposa se llamaba dogaresa. Y, aunque los dux desaparecieron en el siglo XVIII, ella se consideraba esposa del descendiente de Ludovico Manin, último dux, ya que, en 1797, la Republica de Venecia fue abolida por Napoleón Bonaparte, que lo forzó a abdicar.

Se hacía llamar dogaresa Adrienna de Manin y, como su nombre significaba, siempre se tuvo por bella y oscura. Ahora a edad avanzada, poco quedaba de su belleza y mucho había ganado su oscuridad o misterio.

Cuando acudió al gerontólogo, llevaba al cuello un resplandeciente medallón de platino pendiente de una cadena del mismo metal precioso.

-Doctor, ha de darme una solución a los efectos del paso de los años. Soy la dogaresa Adrienna de Manin y he de ver restablecida la República de Venecia de donde soy oriunda. He de ver dux a mi hijo o a mi nieto Achille Manin, los dos se llaman así.

-Señora, en mi mano no está detener el tiempo.

-Sólo le pido no acusar los efectos del paso de los años.

-Alivio las enfermedades de la vejez. Pero no prometo milagros.

-Dígame, pues, el remedio para detener el tiempo.

El médico comprendió la naturaleza de los males de la señora y sólo le recetó un cocimiento de heliantos. Cuando marchó la paciente se dijo: "¡Ay, quién pudiera, en efecto, detener los efectos del paso del tiempo!"

Veinte años después, la dogaresa Adrienna de Manin llegó de nuevo a la consulta del anciano doctor. Se acercó a darle las gracias, pues había rejuvenecido y estaba segura de que vería el gobierno de su nieto en República de Venecia.

 

 

 

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