Sentaba en el balcón frente a la playa, se encontraba cabizbaja, preocupada, profundamente acongojada. Pero tenía que ocuparse de la comida y se levantó con presteza. Entró al aseo, orinó y, tras arreglarse la ropa, se lavó las manos con jaboncillo medicinal y aromático. De inmediato, pasó a la cocina para marinar el pescado: sus hijos llegarían pronto del colegio y quería tenerles la mesa preparada. ¿Y si él se presentaba de nuevo? No estaba dispuesta a seguir soportando sus malos modos, sus amenazas, sus imposiciones.
-Hola, amor -llegó Ernesto, su marido, saludándola con un beso.
-Hola, cariño, confieso que no te esperaba hoy.
-He terminado el trabajo satisfactoriamente y vengo con dos días de permiso... Más sábado y domingo. ¿Por qué estás tan inquieta?
-Los niños vendrán pronto y quiero tenerles la comida. Siempre llegan hambrientos.
-Yo te echaré una mano.
-Disculpa un momento -se retiró de nuevo al cuarto de aseo.
Escribió en el WhatsApp: "Mi marido estará en casa hasta el lunes". Después regresó a los quehaceres culinarios.
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