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Las cinco anas


Hablaba siempre de que disponía, a su antojo y capricho, de cinco anas satisfactorias y exigentes. Abogado en ejercicio, apuesto, palabrero comedido con el elogio pronto y la ocurrencia oportuna, a Germán Peña no le extrañó aquella declaración y pensó que Mendizábal era un afortunado ligón que llevaba sus amoríos con cinco mujeres, loquitas por él.

-¿Cómo es Ana primera de España y quinta de tu corazón?

-Mi secretaria se llama Dulce.

-Ana la Dulce.

-¿Y cómo se llama la segunda?

-¿La segunda qué? Tengo una compañera de bufete que se llama Carmen Benítez y es una mujer muy inteligente, muy competente y también muy guapa.

-¿Y la tercera Ana?

-Ignoro la ignorancia que te lleva a preguntar por la ¿tercera qué? Pero voy a comentarte que acaba de llegar una becaria, Teresa Ribero, que a todos nos hace suspirar con su mirada vivaz, sus contoneos agresivos, su juventud exultante, su presunta ingenua inteligencia.

-No puedes dejar de hablarme de la cuarta.

-Está bien, curiosón. Mi jefa es Adelaida, la exigente, la germana, la temible. No te puedes imaginar...

-¿Y también con ella? -hizo un gesto de relación íntima.

-Estás desvariando, Germán. A Adelaida no se la lleva a la cama ni su propio marido que en paz descanse.

-¿Se lo cargó ella?

-Fue el fundador de nuestro bufete, abogado de prestigio y eficacia aun en los casos de más claros indicios de culpabilidad. Mucho ha sido su legado a nosotros y a la jurisprudencia. Murió de cáncer de próstata.

-No te calles la quinta.

-Mi esposa es profesora de filosofía en un instituto de enseñanza secundaria, ocupada en la lucha para que no supriman tal asignatura en el bachillerato. Se llama Angustias y es cariñosa, comprensiva, amante, acogedora, alegre y de buen carácter en todo momento. Sin su apoyo hubiese colgado la toga hace mucho tiempo. Me llevaba los gajes del oficio a casa con sus sinsabores y enredos, pero ella, con argumentos emanados de su saber filosófico, me convenció de que una cosa es mi oficio y otra muy distinta la moral, la moralina, la justa justicia. "Tienes que proceder con el mandato de la ley, aunque la ley no sea la justicia", me dijo. "La toga la dejas colgada en la percha de tu despacho sean cuales sean los asuntos que debas resolver".

-Sabio consejo para un abogado que ha de defender a criminales, traficantes, maltratantes, defraudadores, violadores, maltratadores y otros "ores" por el estilo. ¿Ella comprende y consiente que te ligues a todas las anas que enumeras con nombres y apellidos?

-No te has quedado con la copla del monema ana. Cuando hablo de cinco anas me estoy refiriendo a las dimensiones de mi despacho en el bufete. Cinco de un lado por cinco del otro, veinticinco metros cuadrados para mí. Más o menos, que ana es medida de longitud equivalente a un metro, aproximadamente.

-Te has querido burlar de mí, haciéndome creer que hablabas de mujeres.

-Tienes mente y mentalidad pervertidas y calenturientas, porcunas. ¿Desde cuándo no usas el coger argentino?

La respuesta de Germán Peña fue el silencio, el mosqueo y la retirada. Mendizábal permaneció mirando su marcha, sonriendo y pensando en la cita que tenía con Teresa Ribero, la becaria dispuesta a todo, sin prejuicios, con ambición sobrada, segura de sí misma y de lo que quería conseguir sin regatear medios.

 

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