Por el gran lío en que UCD nos metió a los andaluces con aquel “jugueteo” con los artículos 143 y 151 de la Constitución para acceder a nuestra autonomía con idénticos derechos que Cataluña, País Vasco y Galicia, dos de sus diputados -el ministro Clavero y un servidor de ustedes- abandonamos el partido de Suárez y dimos con nuestros huesos en el variopinto Grupo Mixto.
Entre los componentes del GM -además de los dos aludidos- recuerdo a José Mª Bandrés, Fernando Sagaseta, creo que Aizpún, Hipólito Gómez de las Roces, algunos más y Blas Piñar, líder de Fuerza Nueva. Transcurridos 39 años de aquella estancia con tan extraños compañeros, sigo preguntándome que hacía un maestro escuela en semejante lugar, aunque ciertamente reconozco que valió la pena.
Esa extraña legislatura, 1979-1982, nos trajo la irrupción democrática de Blas Piñar como diputado y el tristemente famoso 23-F; por cierto que durante el golpe don Blas entraba y salía del hemiciclo acompañado de su guardaespaldas, con pistolón incorporado el segundo, cuantas veces le apetecía sin que ninguno de los asaltantes osara impedir su constante trasiego.
Desde entonces ningún otro representante de la extrema derecha ha tomado posesión de escaño alguno porque el PP, antigua AP, recogió a algunos de ellos y los abrigó con sus siglas.
Santiago Abascal, líder de Vox, ha mamado en las filas del PP durante años hasta que le entró la fiebre de “la unidad y grandeza” de España y se divorció del partido para pelear por un escaño que puede conseguir por el Madrid del “no pasarán”.
Ojo al dato, porque si lo consigue, o sea, si engorda será a costa del que impulsa a colocar banderas españolas en los balcones, léase señor Casado.
Y si yo coloco en mi balcón una bandera andaluza: ¿qué pasa?
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