El encuentro de fútbol entre Francia y Croacia fue uno más de los que vemos en la liga española. Demasiada ventaja para los franchutes tras la hora y media de juego trabado entre los dos equipos que pasaron a la final del mundial moscovita; pero el fútbol, ese juego que consiste en introducir una pelota entre tres palos, es así y no da para más, además, claro es, de sacar lo mejor y peor de los espectadores, en especial la adrenalina, para hacernos olvidar por un instante los mil y un problema con los que nos encontramos en el día a día.
Al tiempo que en el terreno de juego se dirimía la copa, en el palco de autoridades donde compartían glamour el todopoderoso Putin, el populista Macron y Kolinda, la presidenta de Croacia, el “saber estar” -algo muy difícil de conducirlo a buen término- era el fin último de su presencia.
Ya Macron, al que intenta imitar nuestro Albert de C´s, introdujo la pezuña cuando saltó como un resorte programado ante uno de los goles de la selección gala en presencia de mi amada Kolinda; hay que saber estar, querido nuevo Napoleón, en las duras y las maduras, y más cuando a su izquierda, cuestión de cortesía por el poder acumulado, se encontraba la presidenta de un país con cuatro o cinco millones de ciudadanos.
Terminar el partido y caer una tromba de agua fue lo nunca visto, mas cuando el trío político no estaba al cubierto de tal catástrofe; claro es que el pelotillero de turno, helos en todas partes, acudió con un paraguas para cubrir la todopoderosa calva de Putin que, ni por asomo, realizó el menor atisbo de pasársela a Kolinda, la bella croata que, sin recato alguno, con gran ternura iba depositando dulces abrazos en jugadores, árbitros, entrenadores y hasta en alguno que se coló de rondón, el muy listo.
Que linda imagen la de Kolinda, tanto que si no llego a alcanzar la nacionalidad andaluza pediré la croata.
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