Narrada con tranquilidad, grata a los oídos, alegre su mirada, el corazón dejó de ser cartón piedra para convertirse en carne viva que late y late, el mundo pendiente de Tailandia, trece sonrisas abiertas, la cueva se abre de par en par y uno a uno los equipos de rescate salvan las vidas de los doce niños y su entrenador.
Un suspiro universal ha aleteado por una sociedad, me incluyo en ella, que vibra con el campeonato mundial de fútbol y que atiende estupefacto a la entrada del hombre con la lazada amarilla al palacete de la Moncloa, Trump sigue con la “guerra” de los aranceles que puede llevar a la ruina a numerosos agricultores, siguen las “manadas” a lo suyo, el machismo continúa sacando pecho… pero trece vidas se han rescatado de la muerte.
La injusticia y la codicia siguen ganando el pulso a la dignidad y a la pobreza. Es cierto que el hambre, la hambruna, se lleva a diario a cientos de miles de niños inocentes, también lo es que las grandes empresas farmacológicas hacen el agosto los doce meses del año y el laberinto de la salubridad se ha convertido en un gran negocio de mercaderes… pero doce niños y su entrenador han podido respirar con profundidad, y nosotros, desde la lejanía física y espiritual, hemos sentido la cercanía y el disfrute de ser humanos por unos días.
Si se quiere se puede, lo hemos visto. Lo malo es no intentarlo, encogerse de hombros, bostezar de aburrimiento, comentar que “ese no es mi problema”, asesinar por omisión y dejar toda la tarea a dioses que no existen.
Albricias, hosanna, cantemos y saltemos de regocijo.
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