Aquello de UCD fue un invento necesario que duró lo justo para realizar la transición a la democracia y construir la Constitución hoy vigente; en su interior convivían de forma pésima franquistas, tardofranquistas, democristianos, socialdemócratas, liberales y, perdonen la arrogancia, un servidor: cristiano a secas. En su seno nací al Andalucismo y fue por ello que en la legislatura del 23-F ya me encontraba en el grupo mixto pensando en la forma de incorporarme al Partido Socialista Andaluz, hecho que realicé durant esa legislatura y me quedé tan fresco.
Antes de esa decisión, viví el afilar de cuchillos para cargarse a Adolfo Suárez por parte de todas las familias mal avenidas. Uno de esos clanes, el conocido por “los jóvenes turcos” (recordando la revolución turca de principios del siglo XX), fue inventado por el hoy ex ministro de Asuntos Exteriores, José Manuel García Margallo, y unos treinta diputados más que decidieron hacerle la vida imposible al de Cebreros al tiempo que apostaban por Herrero de Miñón para todo lo habido y por haber: desde la portavocía del Grupo Parlamentario hasta la Presidencia del Gobierno. Es por ello que al citado García Margallo se le conoce en política como “el liquidador de partidos”; aunque según Josep Meliá en su libro “Así cayo UCD”, editorial Planeta, achaca a mi humilde persona tan lamentable suceso respecto a Suárez.
Cuarenta años después, García Margallo vuelve a las andadas -el que tuvo retuvo- para detonar lo que queda del Partido Popular y amenaza, desde su “soberbia política” con presentarse a la presidencia del PP si Soraya de Santamaría tuviese la osadía de dar un paso en esa dirección; aunque pequeña la vice, el “joven” turco no le llega a la altura del zapato, pero en fin puestos a “disparar” políticamente nadie como él porque siempre le sale el tiro por la culata.
Allá ellos.
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