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Fanatismo


Fanáticos siempre los hubo. Hoy más que ayer por razones obvias. Pero no deja de ser curioso que quien defiende sus convicciones u opiniones, bajo el común denominador de sus intereses personales o partidistas, con tenacidad desmedida y apasionamiento sin límites, demencial, dos de las características primigenias del fanatismo, cree que el intolerante u obcecado no es él, sino aquel que no comulga con sus convencimientos y dictámenes.

Si del amor al odio hay un paso, del fanatismo a la barbarie sólo media un latido. Jesús nos cuestiona: “¿Cómo ves la paja en el ojo de tu hermano y no ves la viga en el tuyo? O, ¿cómo osas decir a tu hermano?: Deja que te quite la paja del ojo, teniendo tú una viga en el tuyo. Hipócrita: quita primero la viga de tu ojo y entonces verás de quitar la paja del ojo de tu hermano (Mateo VII, 3-5).

Partiendo de la base de que con los individuos fanáticos nadie, que no lo sea, puede mantener un diálogo, ya que son incapaces de razonar, debemos ser más enérgicos y firmes que ellos, en definitiva, más fuertes ¡Ojo! No se me malentienda. Esa actitud nuestra de energía y firmeza ante el fanático debe estar arraigada no en la irracionalidad, como hacen ellos, sino en la razón, en la realidad que nace de la lealtad, entendiendo por lealtad la conducta o el comportamiento del hombre que lo encamina a hacer siempre lo mejor para él y sus semejantes. Para ello, debe cumplir las leyes de la fidelidad y las del honor y hombría de bien. Ya Séneca dijo al respecto que “la lealtad constituye el más sagrado bien del corazón humano”. ¡Qué consuelo, qué vigor me proporciona la grandeza de sentirme igual a millones y millones de criaturas cercanas o lejanas geográficamente a mí!

Yo me despierto por la mañana y, al despertarme, soy consciente de que un día más me hermano con todos los demás seres humanos que pueblan el planeta. Ello me hace sentir una alegría y un valor desbordantes en todo el orbe interno de mi ser. Sin embargo, el fanático no siente lo mismo. Una de sus metas es imponer a los demás los productos autoritarios de su mente ambiciosa de poder. Al mismo tiempo, desprecia e intenta machacar a quien le echa en cara su proceder destructivo, devastador, porque es incapaz de aceptar sus miserias, sus limitaciones. El fanatismo político acecha, socava y arruina las democracias.

 

 

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