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Relatos breves: El machete


Un hombre enjuto como una vara de mimbre caminaba por la calle con un machete en la mano y moviendo a izquierda y derecha el brazo armado, como si se abriera paso entre la maleza de la jungla.

La gente se apartaba al verlo, amedrentada, con la certeza de que se trataba de un loco o azogado, pues, observado atentamente, parecía padecer un temblor incoercible.

-Quiero llegar por este selvático camino de plantas enredadas a la ciudad oculta, donde curan los males del siglo -vociferaba.

-Esta es la calle, no la selva -le gritaron.

-La ley de la selva nos rige. La ley de la selva nos contagia.

-¡Equivocado está, buen hombre!

El aludido escrutaba sus alrededores tratando de descubrir los orígenes de la voz que había escuchado. No dejaba de dar cuchilladas y de maldecir el imaginario ramaje que le dificultaba su búsqueda.

-¿Dónde estás, ciudad de mi salvación, dónde?

Un grupo de curiosos comenzó a seguirlo a prudente distancia, recorriendo la fabularia ruta que abría el machete entre la espesura del bosque.

-¡Pobre! -pensaban-. Y pobres de nosotros que lo seguimos por morbosa curiosidad o, quién sabe, por beneficiarnos de su pretendido descubrimiento.

-Es un desquiciado, un pobre alienado, un loco. Antes de que produzca un desaguisado, tendrá que detenerlo la policía.

En ese momento, varios coches con sirenas azules arribaron al lugar. Los agentes dieron el alto al alucinado explorador...

No dejaba el hombre de dar bandoletazos con el machete...

-Indígenas amigos, soy hombre de paz que busca la ciudad del paraíso -gritó.

Comprendieron los uniformados la naturaleza del armado y, por las buenas, trataron de convencerlo para que dejase el arma en el suelo.

-Nosotros te conduciremos a la ciudad edénica que buscas. Ven.

-No es arma belicosa sino herramienta para abrir paso en esta selva inexplorada y agresiva.

-Lo sabemos, lo sabemos. Por ello te conduciremos al lugar que buscas por un camino expedito y secreto.

Miró el hombre con desconfianza y duda.

-No debes temer, somos amigos, admiradores de tu esfuerzo por encontrar tu ideal.

El hombre enfundó el machete y se dispuso a seguir a los indígenas. Su brazo no dejaba de temblar agitadamente.

Pudieron acercarse los guardias y reducirlo hasta obligarlo a entrar en el coche, con la cabeza protegida para evitar lesiones.

Los curiosos nos quedamos tristemente expectantes sobre la suerte que correría aquel individuo delgado como vara de mimbre.

 

 

 

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