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La otra Navidad


La Navidad es también tiempo de zozobra y aflicción para quienes viven en soledad no deseada; para quienes en fecha  aún no lejana perdieron para siempre a un ser querido; para quienes ven crecer en su jardín, abandonado por falta de ilusiones, la planta amarga del desamor, de la desesperanza...; para quienes tienen su nave envarada bajo las blancas sábanas de una cama hospitalaria o de un centro geriátrico; para quienes eligieron con valentía la soledad silenciosa, al desterrar de su alma, de su sangre y de sus días a un corazón indiferente; para quienes no tienen nada que comer ni que beber o no tienen ganas ni gusto en ello; “para quienes, como dice Antonio Gala,  desearían que los dejasen comer un huevo duro y un yogur, de pie, mirando a ningún sitio, con los ojos demasiados secos para ver, o demasiados arrasados en lágrimas.” ¡Cuántos y cuántos hombres y mujeres desearían, al llegar la Navidad, que sus días fuesen días ignorados, corrientes, de trabajo monótono y rutinario, suponiendo que lo tengan, como cualquier otra jornada del calendario! Pero, precisamente para ellos, esta efeméride religiosa debe de ser y tiene que ser una fiesta de gozo y de gloria, precisamente para ellos, los no dichosos, porque la Navidad y el pequeño Dios vienen a despertarlos de tantas y tantas realidades y sueños de tristezas, soledades, amarguras y miserias, y a enseñarles a mirar la vida y a vivirla con la sonrisa abierta y la mirada inmaculada de un niño.

La Navidad es, pues, tiempo de amar, de ser solidario y de compartir lo que somos y tenemos con los demás, en especial con los necesitados.

Al alba del invierno se despierta el pueblo, como un sólo cuerpo en la intimidad de su espíritu. Hay alborozo en los corazones y en el viento que juega a ser viento, mientras la luz se recrea desde el amanecer, como un niño dichosamente ilusionado. El frío resbala, imponiendo su limpidez absoluta, sobre la piel de una tierra bien amada, que desde siglos arropa a nuestro mundo andaluz con su belleza universal y con la sedería perfecta de su fascinante grandeza, duende y fortuna. Diciembre se alumbra, en esta tierra de sangre ardiente y vuelo arrebatador, con sones de guitarras, fragancias de villancicos y repiques continuos de complacencia. Luces de amor y de paz y de gloria de nuestra amada Andalucía, de esta Andalucía nuestra, de mirada chispeante, corazón generoso y sangre eternamente joven, emprendedora y activa, que derrocha prodigios para derretir la nieve acumulada sobre los caminos y en las almas.

 

 

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